En estos días de incertidumbre, división e incidencia política llenos de indignación solo cabe recordar las palabras de Martin Luther King escritas en su carta desde la cárcel de Birmingham:
“Casi he llegado a la triste conclusión de que la rueda de molino que lleva amarrada el negro y que traba su tránsito hacia la libertad no proviene del miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos o del Ku Klux Klan, sino del blanco moderado que antepone el orden a la justicia; que prefiere una paz negativa, que supone ausencia de tensión, a una paz positiva que entraña presencia de la justicia; quien dice continuamente: Estoy de acuerdo con el objetivo que usted se propone, pero no puedo aprobar sus métodos de acción directa”.
La réplica del líder del movimiento de los derechos civiles lo muestra no solo como un elocuente ideólogo de la igualdad moral de las personas de honda raíz cristiana, sino principalmente como un político de formidable sagacidad.
Más que ser una gran respuesta a la crítica lanzada por los clérigos locales a las protestas, el reverendo señaló que las movilizaciones buscan crear una crisis que traiga a la superficie injusticias que no pueden ser desatendidas por más tiempo. Las protestas no crean tensión, como piensan sus censores, la exponen descarnada.
La desobediencia civil es legítima no solo porque es un deber moral oponerse a leyes que se consideran injustas sino porque se aceptan de manera abierta las consecuencias legales de transgredir el orden.
La corrupción en Honduras es tan oprobiosa que justifica la indignación y las protestas de la gente. En este sentido, las instituciones han ido perdiendo prestigio aceleradamente. Una gran mayoría de nuestros órganos colegiados, congresos y asambleas no son más que plataformas transaccionales en donde se intercambian favores políticos por intereses privados. La protesta social no vulnera el orden para chantajear al sistema, sino que pacíficamente busca sacudir a quienes con su apatía y silencio se convierten en cómplices.