Cartas al editor

Carlos Morazán

En el efímero transitar de nuestras vidas, nos encontramos con almas que destilan luz y dejan una huella imborrable en el lienzo de nuestra existencia. Carlos Morazán, un ser que conjugaba el arte del periodismo con la nobleza de la amistad, partió de este mundo en un fatídico accidente que nos dejó atónitos y sumidos en la tristeza. Graduado de la UNAH en 2009, Carlos no solo llevaba consigo el título de periodista, sino también el compromiso de ser la voz del Ministerio Público. Su personalidad era un instrumento afinado que resonaba con la verdad y la integridad, valores que guiaban cada una de sus crónicas. En la vorágine de la información, Carlos se destacaba por su habilidad y solidaridad para con los que visitaban esa fuente de información, él siempre insistía en ayudar a los demás buscando y detallando con fineza los acontecimientos que en el Ministerio Público se desarrollan. Recordar a Carlos es evocar los encuentros en su hogar, donde la charla fluía como un río serpenteante, llevándonos por los recovecos de la sociología de la comunicación y la introspección. En esas noches, el tiempo parecía dilatarse, y las palabras de Carlos resonaban como cánticos que elevaban nuestras mentes hacia horizontes más amplios.

Dos veces compartió Carlos en su morada con amigos y compañeros de la escuela de Periodismo. Estos encuentros no eran simples reuniones, eran rituales de camaradería donde las ideas se entrelazaban en un baile de perspicacia y reflexión. Carlos, el maestro de ceremonias de estas veladas, nos recordaba que la amistad y el conocimiento eran faros que iluminaban el viaje de la vida. Ahora, al despedir a nuestro querido amigo, nos sumimos en la paradoja de la fugacidad y la eternidad. La vida es efímera, pero el legado de Carlos trasciende el tiempo, perdurando en las palabras que dejó plasmadas y en la inspiración que sembró en cada corazón que tuvo el privilegio de conocerlo.