Las elecciones del pasado domingo en El Salvador y Costa Rica, en las que se dejó para una segunda vuelta electoral la decisión de quién será el próximo presidente de cada uno de esos países centroamericanos; el descubrimiento en Colombia que los militares espiaron incluso a los delegados del gobierno en las conversaciones de paz con las FARC; el duro informe de la ONU sobre el papel del Vaticano en el escándalo de abusos de menores por parte de sacerdotes y otro de las mismas Naciones Unidas en el que denuncia el “atroz” sufrimiento de los niños de Siria a causa de la guerra interna en esa nación, son algunos de los elementos que ponen de manifiesto los cambios en el escenario político y la persistente influencia del militarismo en nuestra región, y hasta la hipocresía existente en las relaciones internacionales, incluyendo en temas cruciales como el respeto a los derechos humanos.
En El Salvador, para el candidato del oficialismo izquierdista, Salvador Sánchez Cerén, no fue suficiente haber obtenido casi el 49% de los votos frente a su contendor derechista, Norman Quijano, contra quien deberá enfrentarse el próximo 9 de marzo y para lo que, irónicamente, espera el respaldo, entre otros, de quienes le dieron el tercer lugar al partido recién fundado por expresidente Elías Antonio Saca.
En Costa Rica, la sorpresiva victoria de Luis Guillermo Solís, candidato del centroizquierdista Partido Acción Ciudadana debilitó aún más al único sobreviviente de los partidos tradicionales, el oficialista Partido Liberación Nacional, y eliminó la posibilidad de que llegara al poder la izquierda representada por el Frente Amplio, cuyo candidato, José María Villalta, se daba como favorito para disputar, con ventaja, la presidencia en la segunda vuelta de las elecciones costarricenses el próximo 6 de abril.
Aunque el poder de los militares ha decaído ostensiblemente, desde la época de las dictaduras proestadounidenses, es innegable que todavía quedan rescoldos, a veces ocultos, que de vez en cuando exhiben chispazos y reciben más oxígeno.
Y el caso colombiano resulta paradigmático ya que denota la existencia de “fuerzas oscuras”, dentro del estamento militar, que se consideran por encima del poder civil.
El informe de la ONU, que no ahorra críticas contra la vergonzosa actitud de la máxima jerarquía de la Iglesia Católica, que puso por delante sus intereses y conveniencias al de las víctimas de los curas pedófilos, aplicando incluso su código de silencio, y el otro en el que reconoce el sufrimiento de los niños sirios, también contrasta con la actitud del más alto organismo internacional ante las potencias occidentales que al apoyar a grupos armados en Siria, o que al actuar militarmente en países como Irak, Afganistán, Libia, Yemen, Somalia, contribuyen al sufrimiento de generaciones enteras de esos pueblos.