Opinión

A un día para el fin de 2011, la mayoría de nosotros seguramente hace un recuento de lo experimentado durante el año que termina: lo bueno, lo malo, lo deseado y logrado, lo que vino inesperado. Lo que nos llenó de sonrisas, nos hizo fruncir el ceño o buscar el consuelo del amigo.

Cada vida, sin excepción alguna, debió enfrentar retos: los más pequeños, ese primer aliento fuera de la madre o los pinitos sin ayuda de nadie; el primer día de escuela, la mudanza a un nuevo barrio, anotar un gol decisivo en el equipo infantil. Confesar una travesura, enfrentar el castigo, aprender disciplina.

El paso de niña a adolescente, la sensación incómoda de mil miradas ante el cuerpo que cambia. La voz que traiciona ante los amigos, el primer amor no correspondido. El nuevo profe de “mate”, resistirse al primer cigarro o trago furtivo, entrar o no a la “clica”, el examen del Himno. Participar o no en un robo, escoger carrera u oficio, irse de “mojado”, aceptar o no el jalón del “carruco”.

El retraso que confirma un embarazo, la decisión de tenerlo (o no). El primer día de trabajo, la apertura o el cierre del negocio. Animarse a invitarla al cine o tomar un café… la lista puede seguir. Sumemos etapas, distintos contextos y veremos como en cada uno de ellos los retos a superar fueron la constante que nos une -silenciosamente- con gente extraña a nuestras propias vidas.

Cada momento del año que se va fue importante. Percibir en un monitor de frecuencia cardíaca la emoción trascendente que inspiraba en mi padre su pieza sinfónica favorita y su resistencia -hasta el final- a abandonar una vida plena, marcó el inicio de 2011 para mí.

La entereza, el valor y fe a toda prueba de mi joven sobrino Raúl Antonio, enfrentando una oculta dolencia, lejos de casa y de todos, ha marcado el resto del año; igual lo hicieron la devoción de su madre y mi hermano, el amor de su hermana mayor, junto con la solidaridad, sacrificio y oraciones sin límites de parientes, amistades, médicos, enfermeras y héroes anónimos, que nos ayudaron a enfrentar otras pruebas, no menos duras.

La ausencia de papá, el cáncer de seno de mamá, la partida del gran amigo, padre y abuelo Claro Santos, el recuerdo permanente de Eduardo, un sobrino especial.

Todos tuvimos altibajos en este año que acaba. Todos debimos enfrentar dificultades que parecían superarnos. Pero, sin importar la edad y circunstancias, hemos podido salir adelante.

Así nos lo demuestran las valientes madres y viudas Julieta Castellanos, Hilda Caldera y Leslie Portillo, quienes con fortaleza han debido plantar cara a circunstancias graves y repentinas, pero siguen con ahínco, motivándonos.

Aunque el país luzca lleno de miedo, incertidumbre, desazón e incredulidad en los liderazgos y sus intenciones, confío en que el 2012 puede ser mejor. Pero no lo será por sí solo: requerirá resistencia, entereza, devoción, valor, solidaridad, fortaleza, sacrificio, valentía y fe a toda prueba.

De todo eso que aprendimos en 2011 de personas excepcionales como las que hemos mencionado.

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