Por: Shaad D’souza/ The New York Times
Nadie gobierna la lista Hot 100 en este momento. “Die With a Smile”, una balada pulida y sentimental de Lady Gaga destinada a la radio de “viejitas, pero bonitas” en unos 20 años, ha estado rondando el número 1 durante un tiempo. “Apt.”, una canción inspirada por el new wave de Rosé, de Blackpink, que habla el lenguaje rítmico e hiperactivo de TikTok, también está en el Top 10. Y un poco más abajo, está “Fat, Juicy & Wet” de Sexyy Red, el tipo de himno obsceno de club de striptease que parece colarse a la música convencional cada dos o tres años. Nada conecta realmente a estas canciones —salvo el hecho de que Bruno Mars aparece en las tres.
Mars, de 39 años, marca muchas de las casillas de una estrella del pop de primera categoría. Pero a diferencia de quienes suelen ocupar los primeros puestos del ranking de artistas más escuchados de Spotify, no siempre es fácil discernir su perspectiva específica y ni siquiera un nicho predilecto. Mars es un artista con una identidad tan flexible que su nombre significa poco más que su asociación con éxitos.
Quizás recuerdes a Mars como un cursi cantante contemporáneo, gracias a sus primeros éxitos como “Grenade”. En “Locked Out of Heaven”, su disco de diamante certificado por 10 millones de ventas, lució muy al estilo de Sting. Silk Sonic, su colaboración con Anderson .Paak que dio como resultado un álbum en el 2021, se deleitó con una especie de sordidez retro, quizás en homenaje a su ciudad semiadoptiva, Las Vegas, donde ha mantenido una residencia en el Park MGM durante, sorprendentemente, casi una década. En lugar de intentar destilar su esencia en un solo sonido, Mars se ha mantenido obstinadamente camaleónico —aunque arraigado en la creación musical tradicional, del tipo que emplea instrumentos acústicos y gusta a los votantes de los Grammy (tiene 33 nominaciones y 16 premios).
En la era del streaming, es de sentido común que intentar atraer a todos los públicos a la vez es un fracaso —pregúntenle a Katy Perry. Y, sin embargo, tras tan sólo unos meses, Mars podría afirmar con certeza que el 2025 es su mejor año, a la vez que cultiva tres personalidades distintas.
Mars ha elegido un camino diferente al de la mayoría: jugar varios juegos a la vez. Maximizar la audiencia no es nada nuevo, por supuesto. Al inicio de su trayectoria, Beyoncé regrabó canciones como “Irreplaceable” en español. Y Drake adoptó y luego amplificó esta práctica; su álbum del 2018, “Scorpion”, combinó el delicado synth-pop con el bounce de Nueva Orleans y el rap de Memphis.
Las canciones de Drake valoraban una personalidad distintiva por encima de todo: incluso cuando cantaba sobre un ritmo gangsteril en “Summer Games”, nunca olvidabas que estabas escuchando un disco de Drake.
Mars, en cambio, participa voluntariamente en su propia sublimación —su característica distintiva puede ser la fluidez. No tiene ninguna seña de identidad lírica destacable, y su voz se integra a la perfección en cada tema.
Incorpora un poquito de coreano a sus letras de “Apt.” y sólo rapea en “Fat, Juicy & Wet”, en reverencia al contexto de la canción. En casos como estos, ser un personaje incógnito es una función, no un defecto.
De niño, Mars se hizo de renombre por sus imitaciones de Elvis Presley y Michael Jackson, y tocó en la banda de su familia. Su padre es puertorriqueño y judío, mientras que su madre es filipina, y, quizás como resultado de haber crecido entre diferentes culturas, es el principal alterador de código de la música pop.
En ese sentido, Mars propone una nueva forma de estrellato: la estrella pop multiversal, decidida a serlo todo, para todos, simultáneamente.
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