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Pensar un país, morir pensando

El escritor e historiador hondureño, Albany Flores Garca, hace un homenaje en sus letras al poeta Pompeyo del Valle

29.08.2018

Tegucigalpa, Honduras
En los últimos años vivió en Comayagua rodeado de su familia. El próximo octubre cumpliría 90 años y había atestiguado casi un siglo de historia. Nació en la Tegucigalpa provinciana de finales de los años 20, durante el gobierno de Miguel Paz Barahona, y ha muerto en el más infame olvido de un país temerario. Nos queda de él su inmensa obra.

Pompeyo del Valle (1928-2018) vivió la poesía. Fue poeta. Perteneció a la Generación de los 50 y, como escribe Felipe Elvir Rojas en su prólogo a la primera edición de “Antología mínima”, “logró profundizar sus sueños en la nueva consciencia de su tiempo”.

Junto a Roberto Sosa y Óscar Acosta, Pompeyo personificó la gran poesía nacional del siglo XX y expandió las fronteras de nuestra literatura, como también habían hecho Froylán Turcios o Rafael Heliodoro Valle. Quizá ninguna generación —como la suya— contribuyó tan decisivamente a la “profesionalización” de la literatura hondureña.

Aunque el trabajo de poetas anteriores (románticos/modernistas) había dado cuenta de una labor poética talentosa y esmerada, esta careció de herramientas semánticas, conceptuales y literarias que estuviesen a la altura de una escritura universal e intemporal. Más importante aún: ninguno de los poetas anteriores contó el país a través de su poesía, como sí lo hicieron la vanguardia y el realismo social.

La poesía vanguardista fue más allá del decoro, de la referencia a la literatura universal o el uso de las formas clásicas como el soneto y la métrica. Su poesía extiende el lenguaje, explora en formas y conceptos, y “toma la realidad y la transforma para completarla”. Es una poética que prevalece porque ahonda en los conflictos del espíritu humano.

Autor de innumerables títulos, en 2010 La Ronda reeditó su clásico “Ciudad con dragones”, publicado por primera vez en 1980 luego de vencer en los Primeros Juegos Florales de Tegucigalpa en 1978; quince años después del exilio al que lo condenó por sus ideas la dictadura de Oswaldo López Arellano.

En 2012 aparecieron sus memorias en “Recados para un mirlo blanco”, donde el poeta recuerda su vida, sus amores y sus amigos entrañables. Un libro sobre un hombre que fue literatura, que vivió para sentir y pensar; que pensó un país y murió pensando.