La fortaleza de un padre y el amor por sus hijos fueron más fuertes que las enormes olas que derribaron su pequeña lancha y que los hizo naufragar tres días en alta mar.
Ayer a las 4:00 am, Luis Licona (50) y sus hijos Lilian (15), Reinaldo (18) y Jania Iveth Tróchez Bardales fueron hallados con vida por dos ágiles pescadores que los rescataron casi sin aliento en la playa de uno de los tantos islotes ubicados en la barra del río Chamelecón, a varios kilómetros de donde naufragaron la tarde del miércoles.
“Yo no sabía dónde estábamos, también tenía miedo pero no podía dejar que mis hijos se dieran cuenta. Les decía que ya íbamos a llegar a la casa”, relata en una camilla en el hospital regional de Puerto Cortés, Luis Licona, quien dirigía la pequeña embarcación que naufragó cuando buscaban frutas de palma africana en un sector entre la barra del Ulúa y río Tinto.
Los cuatro tripulantes salieron en la balsa azul con un motor que recién habían terminado de pagar. Ya entrados en la mar y aproximadamente a las 4:00 pm de ese fatídico miércoles una ola gigante hizo que la embarcación se volcara dejando a la deriva a los tripulantes. “Todos nadamos a la balsa y mi papá le dio vuelta y logramos subir, pero cuando nos habíamos sentado otra ola más grande nos tumbó de nuevo” dijo Lilian, la hija menor de Luis.
La segunda vez no tuvieron la misma suerte, la embarcación estaba llena de agua y los cuatro quedaron separados asustados y gritando cada uno por ayuda, pero el estruendo del mar impedía que sus voces fueran escuchadas entres sí. Nuevamente el valiente padre, como pudo, con una mano aferrada a la embarcación y la otra cortando el mar, localizó uno a uno a sus hijos y a la amiga de estos. “Todos estaban llorando y nerviosos”, cuenta.
La balsa se había llenado completamente de agua pero aun así se mantenía a flote. El remo como ayuda divina, nunca se alejó del bote.
“Ese remo fue una bendición de Dios, yo no lo solté en ningún momento. Con él logre salvar mí familia y lo quería tener de recuerdo, pero el mar se lo llevó cuando llegamos a la playa’’, cuenta Luis. Con el agua hasta el cuello y sin posibilidades de drenar la embarcación, se sentaron en las orillas de metal de la lancha en medio de la nada.
Ya el rumbo se había perdido. Las orilla de tierra firme y los islotes no se divisaban, únicamente se veían las olas del mar por todo el lugar.
La oscuridad de la noche no tardó en llegar y la incertidumbre se apoderó de los náufragos. “Nos perdimos, ya no vamos a regresar a la casa, y aquí hay tiburones, y si otra ola nos arrastra papi”, decía la indefensa Lilian.
Los acechan tiburones
A medida pasaban las horas fueron perdiendo la noción del tiempo. Las dos menores estaban cansadas y con hambre y a lo sus clamores por comida, Luis les respondía: “Ustedes con hambre y ya vamos a llegar, ya van a ver que va pasar un barco y ahí nos van a dar helado, pastel y café calientito”.
En ese instante tres tiburones rodearon la lancha y las menores comenzaron a gritar. Aunque su padre sabía el peligro en el que estaban les dijo: “Cálmense, que esos no son tiburones, son delfines no nos van a hacer nada”, mientras los golpeaba con el remo.Pero lo que el había dicho como una mentira piadosa para devolver la calma, una banda de delfines se acercó a la embarcación y alejó a los tiburones.
Luego Luis entre risas le dijo: “Vieron que estos eran amigos de los otros”.
El sol laceró los brazos de Luis y llegó un momento en perdió la esperanza y le dijo a su hijo mayor que si alguien moría, lo amarrarían con su ropa a la embarcación para que no se perdiera en el mar.
Tocaron tierra firme en un islote el jueves a las 11:00 PM, ubicado en la barra del río Chamelecón donde pasaron la noche. A las 4:00 AM de ayer fueron encontrados por unos pescadores que también cortan palma que los llevaron hasta su casa.