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Identidad de guacamaya o identidad universal

El arte guacamayero no es solo la representación del ícono de un ave en particular, es a la vez una forma falsa de vendernos un discurso de identidad

15.08.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS. - Dentro de la iconografía plástica hondureña he observado una constante: el uso sistemático de la guacamaya (ave que pertenece a la familia de las Psitácidas, también conocida como guara roja) como símbolo de identidad.

La recuperación histórica de este elemento plástico está ligado a la cultura maya, esta ave formó parte de sus representaciones visuales.

Particularmente no creo que todo símbolo precolombino sea automáticamente un símbolo de identidad, sobre todo porque esas apropiaciones mecánicas dejan por fuera el hecho de que esos íconos pertenecen a contextos culturales diferentes.

Lo que para los mayas fue un ritual o parte de su visión del mundo, para nosotros solo es un elemento de marketing o una especie de “marca país”, es decir, una visión de país donde la cultura neoliberal se ha tornado mercancía.

No me extrañaría que algunas ZEDE (Zonas de Empleo y Desarrollo Económico) tomen la guacamaya como símbolo de identidad para disfrazar esta nueva forma de neocolonialismo económico y hacerla ver como parte del progreso y desarrollo hondureño, tal como las transnacionales bananeras lo hicieron con el banano primero y con la piña después.

Lo cierto es que la guacamaya se ha exaltado sin referencias claras que ayuden a definir su sentido de identidad, de esta manera, se ha gestado un arte guacamayero que no se acerca en lo mínimo a una sensibilidad crítica que examine con propiedad si a estas alturas se le puede seguir atribuyendo un significado que lo vincule a la esencia del ser hondureño.

'Pintar guacamayas o dibujar estelas mayas no estaría mal si tan solo generaran medios o formas de dialogar con el lenguaje universal del arte y la cultura”.


Este arte está más cerca de una artesanía de souvenir, propia para gustos de turistas, que a un arte que nos dote de una vitalidad trascendente.

En algunas paredes pintadas de algunos pueblos (es difícil llamarle muralismo) la guacamaya aparece situada en representaciones de bosques que no son su hábitat, a la arbitrariedad visual le corresponde también una suerte de arbitrariedad ecológica.

Aparece en lienzos, camisetas, gorras, zapatos, carteras, en fin, es un mercado, no una espiritualidad común y necesaria; es dinero, no aliento; es un objeto, no una visión de lo hondureño.

Estas prácticas no serían mayor cosa si muchos pintores no definieran a la guacamaya como símbolo de identidad por excelencia.

No porque algo circule ampliamente en el escenario e imaginario comercial es un factor de identidad, si así fuera los All Stars Converse serían parte de nuestra hondureñidad; con lucidez el artista Darvin Rodríguez advirtió este hecho cuando puso el sello de “All Star” allí donde tradicionalmente se ubican los clavos en los pies de Cristo, en otras palabras, la nueva crucifixión es el capitalismo.

Creo que en esta reversión de pseudovalores está el verdadero sentido de identidad en la obra de un artista.

Hacia una identidad universal

En un ensayo titulado “El problema de la identidad en el arte hondureño” escribía: “El artista de hoy se ve enfrentado a múltiples posibilidades expresivas, su tarea es examinarlas, seleccionarlas y jerarquizarlas, elaborando con ellas un programa coherente y pertinente, lo que no puede es encerrarse frente a una realidad que a diario le plantea nuevos retos. Frente a un mundo vertiginoso, el encierro es suicidio”.

Lo que intento explicar es que nuestro arte no puede vivir encerrado en un localismo obtuso, lo mejor de nuestro arte moderno aprendió sus lecciones en los pinceles europeos, pero miró hacia las entrañas de nuestra cultura.

Pablo Zelaya Sierra lo dijo con absoluta claridad: “Siento la necesidad de saturarme del alma de Honduras”.

Pintar guacamayas o dibujar estelas mayas no estaría mal si tan solo generaran medios o formas de dialogar con el lenguaje universal del arte y la cultura y, sobre todo, si se propusieran desmontar esa pobre y trillada iconografía repetida hasta el vértigo.

El arte guacamayero no es solo la representación del ícono de un ave en particular, es a la vez una forma falsa de vendernos un discurso de identidad.

Este arte se ha trasmutado en un paisajismo pobre y mediocre que se ha instalado peligrosamente al lado de nuestras más grandes realizaciones pictóricas.

Ese arte se mueve dentro de un populismo visual tan artero como el populismo político.

Nuestro verdadero arte debe aspirar a convertir lo local en universal, solo así, en ese diálogo con el mundo, podemos definir nuestro auténtico sentido de identidad.