Siempre

El general en su inmundicia

Jorge Luis Oviedo “Como mi general no hay dos”, sórdido retrato de uno de los actores de una época

02.02.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS. -“Como mi general no hay dos” (Editorial Higueras, 1997) es el monólogo de un hombre iletrado y burdo. La estructura de esta novela es una especie de caída libre construida sobre fluir de la consciencia expresado en el largo parloteo de su protagonista.

En términos generales es una buena narración. Su autor, Jorge Luis Oviedo, trata de emular la atmósfera del realismo mágico, y a veces tiene éxito. La novela, sin embargo, vista como un todo, carece del encanto que produce observar lo maravilloso como parte de la realidad, la naturalidad de la fantástico.

Esto se debe a que vemos las cosas a través de su protagonista, el cabo Antúnez, un eterno hablador que produce un poco de lástima y un poco de desprecio. Esta condición despoja de asombro cualquier hecho que nos cuente, por extraordinario que sea, lo convierte en el producto de una ignorancia vil.

El monólogo infinito
“Como mi general no hay dos” es, además, una biografía mínima e insidiosa de Gustavo Álvarez Martínez, un ajuste de cuentas bien merecido contra uno de los protagonistas de una página abominable de la historia nacional. En su monólogo Antúnez paulatinamente nos va revelando características de la vida de este personaje a quien, al menos en la ficción, sirvió como guardaespaldas.

La admiración de subordinado con que narra los hechos, la máscara de sarcasmo con que el escritor construye el relato, acentúa el desprecio que el lector siente por los actos del general, que ese día ha sido asesinado.

Otra particularidad de la novela es el manejo de los signos de puntuación. Quizá porque Márquez impuso una moda y asesinó la originalidad de algunos escritores, está narración evita el punto.

Este capricho hace que el párrafo final se “cierre” con puntos suspensivos (hay que darle méritos al escritor. Ha inventado una nueva forma del horror en literatura: sospechar que el monólogo de Antúnez podría continuar indefinidamente nos permite vislumbrar un aburrimiento aterrador).

La carencia de puntos condiciona, al menos en teoría, para que la novela se lea de un tirón, como una sola oración imposible de interrumpir. La reiteración de chistes (casi siempre soeces) y algunas situaciones en que la narración se empantana conspiran contra la propuesta de lectura del autor.

La novela, además, es un exhaustivo registro de todo tipo de errores en el uso de la coma y la ortografía (algunas veces, por ejemplo, encontramos “dió”, p. 39, y en otras ocasiones “dio”, p. 53), por lo que resulta imposible distinguir entre los caprichos lingüísticos y la ignorancia de las reglas básicas del español.

Lo mejor de esta novela es el final. El asesinato del general está descrito en los últimos párrafos con una sucesión de imágenes espectaculares que nos permiten ver la escena, la sangre y las vísceras. La exposición morbosa de la muerte revela algo sobre el desprecio que un hombre puede suscitar. Esta novela es el testimonio de una época, ya por eso vale pena leerla.

Foto: El Heraldo

Esta es la portada del libro.