Libros de derecho constitucional, penal, procedimentales, una lupa y decenas de apuntes atestan el escritorio del jurisconsulto, Rigoberto Espinal Irías, uno de los prominentes de la abogacía hondureña que presta sus servicios como asesor del Ministerio Público.
Por más de medio siglo, el profesional de las leyes ha bregado como procurador, juez consultor, docente y otros, lo que le ha permitido tener un cúmulo de conocimientos.
Pero antes, en sus tiempos de mozalbete, le tocó vender libros, refrigeradoras y hasta ser locutor de radio para sostener el hogar que a temprana edad formó.
Dejó esas labores poco remuneradas y decidió estudiar derecho hasta lograr una exitosa carrera que tuvo sus consecuencias por el tiempo que le absorbían sus funciones, se confiesa Espinal en entrevista con EL HERALDO.
¿Por qué en algunas ocasiones usted combina criterios religiosos con legales?
Bueno, yo fui educado en un colegio salesiano, y teníamos una clase muy interesante siempre sobre las sagradas escrituras. Tuvimos muy buenos sacerdotes que realmente nos evangelizaron en el San Miguel, y tengo esa vocación constante de casi toda mi vida de estudiar, leer, gritar sin mayor pretensión, en un momento de mi vida decidí seguir el camino evangélico y fui bautizado en la primera iglesia Bautista de El Manchén en Tegucigalpa, a principio de los años ochenta.
¿Qué pasó después?
Bueno, estuve como miembro de esa iglesia durante varios años, desde que me bauticé, hasta 1989, después por razones de proximidad ingresé al CCI, en la colonia Tepeyac, y continué con CCI.
¿Se sigue congregando?
No, en la actualidad no.
¿Por qué?
Bueno, primero que no tengo suficiente movilidad, he dejado de conducir, es muy molesto para mi familia llevarme y traerme.
¿Se puede autodefinir?
Yo trato de ser una persona amable, tranquila, me entiendo muy bien con cualquier persona que quiera platicar conmigo, con mis nietos, con mis hijos soy amplio, no dogmático, no trato de imponer mis ideas a nadie, es más, procuro no tener opiniones muy personales en asuntos legales, sino atender la voluntad de La Ley, lo que dice La Ley, en el espíritu y letra y encomiendo al Señor todas mis actuaciones.
¿Cómo fue Rigoberto Espinal de niño?
Muy imaginativo, mis padres tenían un jardín, un huerto familiar; en aquella época, en los años treinta, era usual que todas las casas tuvieran un buen huerto.
¿En Comayagüela?
Sí, un buen huerto con árboles frutales, matas de plátano, flores y de todo, entonces ese era mi mundo, ahí viví el mundo de Tarzán, el mundo del Zorro y muy imaginativo, muy soñador, lo primero que escribí yo cuando ya sabía leer y escribir fueron cuentos.
¿Qué cuentos escribía?
Cosas, por ejemplo uno de los primeros fueron de unas hormigas, otros de unas vacaciones, más adelante, ya siendo Bachiller y estando en la universidad, en la revista Padre Trino, publiqué 12 cuentos distintos, en El Cronista publicaron cuentos, también; en una ocasión estaba en el Estadio, porque yo era aficionado a asistir al Estadio, vi a unas personas que se estaban riendo de algo y gozando y dijeron, ¿ya lo leíste? y era El Cronista Dominical, estaban leyendo un cuento que se llamaba el infiel.
¿Qué lo sedujo para estudiar derecho?
Una decisión que tomé cuando ya era bachiller, mi primera intención hubiera sido ser un psiquiatra, ser un médico, era aficionado a la filosofía, y dentro de la filosofía los que más me habían impresionado todos habían sido científicos y tuve esa intención, pero tuve que cumplir con mi deber moral y contraje matrimonio a los 19 años con mi primer esposa, entonces ya la carrera de la medicina no te permitía trabajar, no te permitía hacer eso, más bien al estudiar derecho sí podías hacerlo, esa era la ventaja. Pero sí me gustaba la idea de ser como Sigmund Freud, como Adler y esa era mi ilusión, pero otros compañeros míos han tenido las mismas experiencias.
¿En qué año se casó por primera vez?
En 1954, con Alejandrina Ferrufino, era la hija del doctor Ramón Ferrufino.
¿Cuántos años duró ese matrimonio?
Como 22 o 23 años.
¿Se divorciaron?
En 1977, 1978 entre esos años.
¿Por qué el divorcio?
Yo era un buen profesor en la Universidad, tenía cierta popularidad, siempre he sido amable, me reunía con alumnos, alumnas y mi primer esposa era celosa y tal vez un día, tras dar cinco clases consecutivas, uno sale con la satisfacción de haber cumplido el trabajo y ella lo miraba de otra manera.
¿Hubo muchos reclamos?
Recuerdo que en 1970, al celebrar un centenario del nacimiento Vladimir Ilich Lenin, después de haber estudiado toda la vida de Lenin, y lograr hacer un resumen para 45 o 50 minutos y que impresionara al embajador de La Unión Soviética que estaba ahí en el Paraninfo, y sentir que uno ha hecho una buena labor y que tu esposa te empiece a tirar (criticar) para otro lado, es imposible.
Estuve en la frontera en la época de la guerra en el proyecto Lempira, estuvimos allá desde casi septiembre, todo el fin del año y hasta comienzos del año siguiente, 69-70, y eso le causó un gran disgusto, esa ausencia le cayó muy mal porque yo venía llegando de Estado Unidos, en el 69 y regreso en junio y al rato me estoy subiendo a un avión para ir a la frontera.
¿Cómo vuelve a reconstruir o a formar un nuevo hogar?
Mi esposa había sido alumna mía en la Escuela de Derecho, ella trabajaba en el INA, yo fui abogado del sindicato del INA y trabajé en el INA, también fui consejero de uno de los directores, ella era bien atenta conmigo, cuando yo llegaba siempre tenía una Coca Cola para el abogado, me atendía muy bien, entonces cuando vino mi crisis me voy a la iglesia, me voy a vivir solo un largo rato y, entonces tuve una mejor relación con Lili.
La hija mayor con Lili es Norma Waleska y de ahí sigue Larissa, que va a ser diputada.
¿Ya con eso logró sanar la herida emocional?
Sí, yo estaba convencido, y siempre le rogué al Señor, que nunca, nunca fuera a sentir que en realidad había hecho un desastre, estar bien convencido de que la decisión que se había tomado era la correcta, yo trabajaba en esa época en el Colegio Médico, fueron días duros.
Se rompe un vínculo y habían cinco hijos de ese matrimonio ¿Qué valoración hizo para decidir la separación?
Fue muy doloroso, pero era un dolor que se había proyectado cada vez que se rompía la armonía en la casa, llegó un momento que mi corazón había aumentado de tamaño, era una vida angustiosa porque yo siempre he sido hogareño y duele, es doloroso, pero gracias a Dios; Dios da, Dios quita, yo perdí un hogar y Dios me dio un nuevo hogar.
¿Su relación con sus primeros cinco hijos cómo es?
Como vive uno en San Pedro Sula, otros en Estados Unidos, tenemos poca comunicación, nos vemos cuando ocurren momentos duros, cuando murió mi papá, cuando murió mi mamá, cuando pasa algo así o cuando alguien se casa.
¿Ha intentado de alguna manera mejorar esa relación?
¿Mejorarla? Siempre la tenemos buena, yo considero que cada uno de nosotros está cumpliendo bien su destino, mi hijo mayor, del primer matrimonio, es un excelente médico, ha sido representante del Colegio Médico varias veces y la última vez que nos vimos aquí fue para un campeonato de ajedrez como médico; mi otro hijo, que se llama Geovani, es ingeniero, es muy famoso en el Sanaa, personas que lo conocen siempre me felicitan porque es un gran chico; Denis Fernando, ahí pasa haciendo sus publicaciones en EL Heraldo, ya ha reunido todos sus artículos, ya lleva tres volúmenes de la visión que él tiene en el mundo, es el que me habla con mayor frecuencia, me pide opiniones sobre lo que escribe etc, etc.
¿Cambiaría algo de su trabajo por lo que le ha generado en contra?
No. Fíjate que, por ejemplo, para mantener un hogar cuando uno no es nada, sino que está estudiando, fui locutor de radio, fui vendedor ambulante, trabajé en El Crónista, trabajé en el diario El Día, qué era lo que no hacía.
¿Qué vendía?
Vendíamos refrigeradoras, libros, máquinas de Alex Garnier, y a veces me acompañaba un muchacho que andaba vendiendo ropa.
¿Cómo hacía para venderlas?
Íbamos de casa en casa a ofrecer los productos
¿Así mantenía el hogar?
Por ejemplo, cuando trabajaba en radio Monserrat, ahí me llevó uno de los Naki, Chepe Naki, era compañero mío, a las cinco de la mañana salía de mi casa para la emisora, yo miraba a todos mis compañeros estudiando porque yo vivía en Comayagüela, ellos estudiando y yo para mi trabajo, ahí estaba en la emisora y salía a las siete a clase y de ahí regresaba otra vez cuando salía de clases a trabajar otras horas a mediodía y de ahí regresaba a clases, teníamos una clase de once a doce y llegué a trabajar hasta cinco horas así dispersas.
En La Voz del Pueblo, una emisora que estaba ahí por San Felipe, sí trabajaba en horas consecutivas.
¿Daba noticias o era animador?
Con German Allan Padgett, tuvimos un radio-periódico, yo era el encargado de los comerciales, leía los comerciales y las noticias las leía German.
Me acuerdo que en una ocasión, el programa empezaba a las siete (de la noche) y terminaba a las doce de la noche, con cinco horas consecutivas de siete a doce y yo cerraba la estación y apagaba todos los aparatos.
En una oportunidad Padgett llegó tarde y tuve que inventar un editorial y hacer lo demás y cuando llega a la media hora, German dice que tenemos una total audiencia, que todo el mundo nos está escuchando y yo lo agarré del cuello a German Allan Padgett, lo apreté contra la pared y le digo : en la radio lo principal es la puntualidad nos estén escuchando o no nos estén escuchando, y me dijo “yo no sabía que eras tan violento”.
¿En qué casos usted condenó a Honduras como juez de la Corte Interamericana de Justicia?
Fui juez de 1982 a 1989 y el caso en el que se condenó a Honduras fue en de la desaparición de Ángel Manfredo Velásquez Rodríguez, Saúl Godines Cruz, Francisco Fairen y una muchacha tica.
¿Cuando le tocó firmar la sentencia, le tembló la mano?
No, ninguna. Sí fui aplaudido por toda la Corte, fui el primero en firmar porque en el orden de precedencia, primero participa el más nuevo y yo era el último en las precedencia, entonces tenía que argumentar y firmar de primero.
Cuando se abrió la sesión me tocó tomar la palabra primero y recordé que un tribunal tiene que ser independiente y primero examinar los hechos, nunca anticipar una figura que condene o que castigue, sino examinar bien los hechos y en ese caso había que examinar bien la conducta de ese Estado, si esa conducta de ese Estado había estado de acuerdo o no con sus obligaciones internacionales de protección y defensa de los Derechos Humanos y cuando examináramos bien esos hechos íbamos a decidir si Honduras era culpable o era inocente.
Uno de los jueces le dijo al presidente de la sala “eso es lo que dice, ahora vamos a ver qué es lo que dice después”.
¿Le dedicaron un libro por esa razón?
Fui objeto de un reconocimiento por parte de ese juez, de que yo había sido un ejemplo de lo que es ser un juez, independiente e imparcial y el presidente (de la sala) Thomas Buergenthal, me dedicó un libro y, entonces dice la dedicatoria: que entre los perfiles de coraje creía que ya estaban todos terminados los que había escrito Jhon F. Kennedy, pero que le faltaba uno: Espinal Irías.
¿Qué otros cargos desempeñó?
Fui escribiente, juez de letras, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y otros puestos.