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Martin Gardner, el matemático filósofo

Es asombroso que el universo exista, pero es más sorprendente que existamos nosotros, una parte de este universo capaz de interrogar acerca del porqué de la existencia de todo y de nosotros.

02.11.2013

Hace casi un siglo nació un niño que iba a disfrutar mucho con las matemáticas y la física en su escuela primaria. Un niño que nunca llegó a crecer del todo, como Peter Pan, ya que siempre conservó ese espíritu alegre y juguetón propio de la infancia, lleno de preguntas por resolver y de acertijos por descifrar. Se llamaba Martin Gardner.

Fue el 21 de octubre de 1914 cuando nació en Oklahoma, y aquel niño grande, que nos hizo (y nos sigue haciendo) disfrutar con la explicación de trucos de magia y con las sorprendentes posibilidades de diversión de las matemáticas (incluso para los que podamos pensar que eso de los números y las ecuaciones es una ciencia difícil), llega a nosotros, muchos años después de su nacimiento, lleno de frescura y de renovado espíritu para sacar partido a cada minuto.

Carl Sagan, Isaac Asimov y otros compartieron con él muy de cerca su pasión por el conocimiento y por la explicación de aquellas cosas que no siempre parecían fáciles de explicar. Con ellos fundó el Comité para la Investigación Científica de Afirmaciones sobre lo Paranormal. Haciendo suya la máxima atribuida a Einstein, según la cual “lo que no puedas hacer entender a tu abuela es porque no lo has entendido tú previamente”, hizo que los legos en la materia leyéramos sin precaución algunas nociones matemáticas que nos causaban (para nuestra sorpresa) momentos de concentrado entretenimiento.

FORMACIÓN. Se licenció en la Universidad de Chicago en Filosofía, y así fue discurriendo su vida tranquila, sin grandes alardes, hasta que, pasados los cuarenta, aprovechó una oportunidad por la que sería conocido después.

La geometría básica del plegado de papel fascinaba a Martin Gardner. Le encantaban los trucos con papel, y eso de doblar billetes de un dólar se convirtió en una especialidad de la que podemos disfrutar en varias de sus publicaciones. Le dio por fabricar un pez soplador para apagar una vela, que podía confeccionarse con un billete de un dólar y, aunque no fuera muy respetuoso, también consiguió que George Washington se convirtiera en un champiñón con solo dos pliegues en el billete.

Ni corto ni perezoso, Martin recordó un libro con el que tanto había disfrutado en su niñez, la Enciclopedia de los Puzzles de Sam Loyd. Este, había sido, según él, el creador de acertijos más importante, con los que, por otra parte, había pasado muy buenos ratos. Su hijo los había recopilado en 1914 en esta enciclopedia, así que echó mano de sus viejas y queridas aficiones y comenzó una relación con el público que duraría más de veinticinco años. Durante todo este tiempo, cada mes Martin Gardner explicaba a la gente algún divertimento numérico o proponía algún juego interesante. Y cada mes, el público quedaba tan satisfecho que iniciaba con él un intercambio de ideas, preguntas y propuestas que alimentaba los futuros pasatiempos que iba publicando.

La mayoría de sus escritos, sin embargo, no despertaron la suspicacia de nadie y, en cambio, nos informaron de curiosas propiedades de algunos números.

Este prolífico escritor, con más de setenta libros publicados, no solo ha escrito sobre números y rompecabezas. También nos ha ofrecido sus reflexiones sobre la vida, sobre el arte, sobre Dios, sobre la filosofía, y, con esa humildad que caracteriza a todo buen filósofo, nos lo ha presentado no como verdades incuestionables, sino como sus hipótesis de vida.

Además de la serie de recreaciones matemáticas que publicó mensualmente en Scientific American, sacó a la luz más tarde otra serie de artículos en The Skeptical Inquirer durante cerca de veinte años, sobre temas aparentemente inexplicables o, por lo menos, no suficientemente explicados. Comentó además las obras de algunos autores, entre ellas “Alicia en el país de las maravillas” del también famoso matemático Lewis Carroll, obra de la cual publicó una edición anotada. Podemos añadir en su numerosa producción una novela, “El vuelo de Peter Fromm” y obras diversas como “El lenguaje de los espías”, “Izquierda y derecha en el cosmos”, “La explosión de la relatividad” y “Los porqués de un escriba filósofo”, donde comparte con el lector sus valoraciones sobre la vida, advirtiéndole desde el principio que se trata, según sus propias palabras, de “lo que yo creo”.

Así, nos contó que para él, el hecho de que la naturaleza manifieste un cierto orden implica que existe un Planificador General. Con sus hipótesis de científico dice que el que tantas personas cualificadas en la historia hayan creído en Dios debería dar qué pensar al ateo, igual que un sordo habría de sospechar que algo de valor debe de tener la música para que tanta gente admirable confiese que disfruta con ella.

Pero claro, para creer en Dios hay que tener fe, como él mismo reconoce: “El salto de la fe es un riesgo que asumimos, es verdad, pero también lo es la decisión de no saltar”. Sin embargo, Martin Gardner deja bien claro en sus escritos que su fe no es la de ninguna religión revelada. Su fe es una fe filosófica: “Me es más fácil creer que cualquier ley científica no es más que una ilusión momentánea producida por el Gran Mago que creer que el Gran Mago no existe”.

Martin Gardner se pregunta qué significa el libre albedrío y cuáles son las fuentes del egoísmo y el altruismo. Cree que podríamos hallar una analogía útil con el modo de actuar de un asesor financiero en la mejora del rendimiento de una empresa. El asesor no puede aconsejar sobre la mejor forma de llegar a la meta si previamente los directivos no le explican cuáles son los objetivos y prioridades de la compañía. De la misma manera, hasta que no se le dice a dónde quiere ir la humanidad, la ciencia no nos puede dar ningún consejo sobre la mejor manera de llegar allí.

Desde que apareció su primer libro, “Matemáticas, magia y misterio”, en el que contaba interesantes secretos sobre trucos de dados, cartas y objetos varios, han pasado más de cincuenta años.

Muchos de los temas tratados por él han dado lugar a estudios matemáticos importantes o a entretenimientos que se han popularizado. Siempre expresó su deseo de que sus juegos fueran divertidos y provocaran una mirada estimulante a los niveles más altos del pensamiento matemático. Desafortunadamente, parte de su obra no está publicada en o está descontinuada. A pesar de ello, lo que tenemos al alcance es suficiente para valorarle en su dimensión de divulgador y de filósofo. Este anciano con alma de niño siguió publicando y despertando nuestro interés por la ciencia hasta sus últimos días. Afortunados nosotros.