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Los conflictos olvidados de la extinta Unión Soviética

La guerra terminó con una clara victoria de los secesionistas que consiguieron preservar sus posiciones y territorios a merced de la ayuda prestada por Rusia a través de sus fuerzas militares

11.10.2014

La reciente crisis de Ucrania, en la que la minoría rusa se ha atrincherado en las zonas donde vivía y donde Rusia se ha anexionado la “independizada” península de Crimea, ha sido una más a unir a la larga lista de conflictos que se sucedieron tras el caótico final de la extinta Unión Soviética, allá por el año 1991.

La tónica común es que en toda crisis y conflictos se detecta la presencia de la larga mano de Moscú. La pervivencia de una suerte de nostalgia imperial, junto con el deseo de proteger a los rusos que viven fuera de las fronteras nacionales, han llevado al gobierno de Vladimir Putin a esgrimir el derecho a la libre autodeterminación de sus minorías en varios países de la región, algo que Moscú, por cierto, nunca toleraría en territorios como Chechenia. Pero Crimea no es Chechenia y Kiev no es Moscú, claro está. Ni el poder militar ruso es el ucraniano.

MOLDAVIA

Moldavia es uno de los largos y complejos conflictos olvidados en la extinta Unión Soviética. En 1990, antes de la disolución de la Unión Soviética, URSS, las autoridades de la República Moldava del Transnistria decidieron aprobar una declaración de independencia y dos años más tarde, una vez que Moldavia se había independizado, comenzó una guerra entre las autoridades legítimas de Chisinau, que ya gozaban del reconocimiento internacional, y los separatistas de Tiraspol, la capital de la nueva entidad política que gozaba del apoyo de Moscú y del XIV ejército ruso estacionado en ese territorio.

La guerra terminó con una clara victoria de los secesionistas que consiguieron preservar sus posiciones y territorios a merced de la ayuda prestada por Rusia a través de sus fuerzas militares y también de las milicias informales creadas por los separatistas. Transnistria cuenta con algo más de 4,000 kilómetros cuadrados y unos 600,000 habitantes, de los cuales más de un 30% son rusos y el resto lo compone un mosaico de minorías étnicas y religiosas, cuyo principal afinidad, en un principio, fue el rechazo a un supuesto proceso de unidad de Moldavia con Rumania.

Moldavia fue un antiguo principado rumano que fue anexionado por los soviéticos tras la Segunda Guerra Mundial como reparación territorial tras la derrota de las potencias fascistas y sus aliados en la contienda, como Rumania.

Cuando han pasado más de 22 años desde aquellos acontecimientos, Transnistria sigue sin gozar del reconocimiento internacional.

En el año 2006, y como fruto de la continuada existencia como territorio independiente ajeno a los intereses de Moldavia, se celebró un referéndum para legitimar y avalar la independencia, que fue aprobada por el 96% de los votantes de esta entidad. La guerra, que concluyó en el año 1992, costó más de 1,500 vidas humanas y miles de desplazados y refugiados.

OSETIA EL SUR Y ABJASIA

Desde que se produjo la independencia de Georgia, en el año 1991, siguiendo la senda de otras exrepúblicas soviéticas, este pequeño país situado en el Cáucaso se ha visto envuelto en un sinfín de problemas, revueltas sociales y políticas, golpes de Estado, guerras y conflictos étnicos. Los tres casos más significativos han sido los de las regiones separatistas de Adjaria, Abjasia y Osetia del Sur. Las autoridades de Tbilisi cedieron ante Adjaria y le dieron una amplia autonomía, pero no se pudo resolver por la vía política y el diálogo los casos de Abjasia y Osetia, que contaban con el apoyo de Rusia en sus ansias por crear dos “Estados” independientes y que, de facto, desde el año 1995 funcionan como tales aunque sin contar con el reconocimiento internacional.

Las consecuencias para Georgia de estos conflictos fueron terribles. Miles de georgianos tuvieron que huir de Osetia y, sobre todo, de Abjasia. Se calcula que hubo más de 12,000 georgianos muertos en estas guerras, mayoritariamente civiles asesinados por los abjasios, y que más de 300,000 georgianos tuvieron que salir de ambos territorios sin que el gobierno de Georgia pudiera hacer nada para aliviar su suerte. Está claramente demostrada la implicación militar de Rusia en todos estos acontecimientos, así como el envío de armas, hombres y cobertura aérea a los rebeldes osetios y abjasios, unas simples marionetas de Moscú en la crisis.
En el año 2008, una operación militar dirigida por el irresponsable presidente georgiano Mijeíl Saakashvili con el fin de retomar el control de Osetia del Sur terminó con un sonoro fracaso y la intervención de Rusia en la crisis en favor de los osetios. Las milicias osetias, con la ayuda de los rusos, siguiendo un guion muy parecido al que ahora se vive en algunos territorios ucranianos, tomaron el valle de Kodori, que todavía retienen, y las tropas georgianas se batieron en retirada. Al mismo tiempo, Rusia reconocía a las nuevas entidades secesionistas y en el campo internacional Venezuela y Nicaragua también lo hacían, constituyendo junto a otros países minúsculos los únicos que lo han hecho en todo el mundo. Al día de hoy, las realidades se imponen sobre el terreno y Osetia y Abjasia están fuera del control de Georgia y bajo la vigilante órbita de Rusia. Seguramente nunca más volverán a ser territorio georgiano y quedarán en un limbo ilegal que el derecho internacional no sabrá esclarecer.

NAGORNO KARABAJ
Esta pequeña república, de apenas algo más de 4,000 kilómetros cuadrados más el corredor que ahora la une a Armenia, fue integrada en contra de cualquier racionalidad étnica a la entonces república soviética de Azerbaiyán en el año de 1923. Entonces era un pequeña entidad política poblada mayoritariamente por los armenios, pero tras pasar a manos azeríes poco a poco, a través de una paulatina limpieza étnica, fue alterado su censo para que la identidad armenia quedara diluida en una suerte de realidad multiéntica. Los azeríes se multiplicaron por cuatro desde 1923 hasta 1988, mientras que la población armenia se mantuvo. Hoy viven 150,000 armenios en este territorio.
Coincidiendo con la “perestroika”, impulsada por Mijail Gorbachov, a partir de 1988 comenzaron las tensiones entre azeríes y armenios. Azerbaiyán siempre ambicionó anexionarse este territorio e impulsó una política, a veces violenta, de repoblar con azeríes esa zona que considera como suya y hacerles la vida imposible a los armenios. Fruto de estas tensiones, y ya en un momento de clara descomposición del poder soviético, en 1991 se declaró la independencia de este territorio por parte de las autoridades locales y comenzó una guerra abierta entre Azerbaiyán y los armenios de Nagorno y Karabaj -Artsaj para los armenios, nombre que se refiere a la décima provincia de la Armenia histórica-.
El conflicto se extendió entre 1991 y 1994, en que se adoptó un endeble alto el fuego, y estuvo caracterizado por varias matanzas y expulsiones masivas de armenios por parte de Azerbaiyán, especialmente en las ciudades de Bakú y Sumgait, y una clara superioridad de las fuerzas armenias sobre el terreno que consiguieron derrotar claramente a los azeríes, consiguiendo, de facto, la independencia de la República de Nagorno Karabaj y la ocupación de un corredor de unos 7,000 kilómetros cuadrados que comunican a este territorio con Armenia.
En la actualidad, pese a las tentativas por llegar a un acuerdo definitivo, las espadas siguen en alto y este mismo verano hubo algunos incidentes armados en la frontera entre este territorio y Azerbaiyán. Para las autoridades de esta república, cuya capital es Stepanakert, la solución al problema pasa por el reconocimiento internacional de esta entidad, algo que todavía no han conseguido, mientras que para Azerbaiyán la resolución política al conflicto pasa por la restitución territorial de Nagorno y Karabaj a manos azeríes, algo que ni Armenia ni los armenios van a aceptar nunca. Al día de hoy, como ha ocurrido con los anteriores casos, la República de Nagorno y Karabaj es un “Estado” no reconocido internacionalmente con su bandera, sus símbolos patrios y sus autoridades elegidas democráticamente.

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