Al momento de la repartición, el Creador le dio a los hondureños una gran variedad de talentos, pero a Jorge Gustavo Mejía lo privilegió con el más esencial de la vida, el más sublime: la música.
Como un buen siervo, y en medio de una sociedad con la creencia de que el que estudia este arte se muere de hambre, Mejía, desde niño, tomó aquel privilegio divino y comenzó a desarrollarlo y multiplicarlo.
Egresó como profesor de la Escuela Nacional de Música, ubicada en esta capital, luego, como un peregrino en busca de lo sagrado, partió hacia la tierra del genio Ludwig Van Beethoven.
En Alemania, Mejía se graduó como director de orquesta, músico para cine y televisión, profesor de música y obtuvo una maestría en composición.
Después de 15 años en Europa, volvió a casa... entre su equipaje traía el sueño que cargan los virtuosos, el de utilizar su conocimiento para transformar las pequeñas y grandes sociedades.
Mejía nació en La Ceiba, pero se crió en Tegucigalpa. Es hijo del administrador de empresas Jorge Enrique Mejía Ortega y de Flora Isabel Medina de Mejía, trabajadora social, pintora y poetisa. Entre la sutileza y la timidez, el gran maestro narra episodios de su vida, con el ideal de que los hondureños encuentren en la música la libertad, el amor y la pasión.
¿Cuántos hermanos tiene?
De parte de papá y mamá somos ocho hermanos. Varones solo un hermano adoptivo y yo.
¿Todos son artistas?
Toda mi familia tiene esa vena artística, tengo una hermana que es violinista, vive en los Estados Unidos; otra que se dedica a la música eclesiástica, en las iglesias; tengo una hermana que es poetisa, famosa, ha ganado varios premios internacionales; tengo una hermana que es médico, pero también se desempeña en lo artístico como pintora, todos tienen un toque artístico, pero no todos se han convertido en artistas.
¿Su educación primaria dónde la realizó?
Primero estuve en el instituto San Miguel, después me pasaron al Inmaculada Concepción. Lo mismo sucedió en el colegio, pero en el diversificado estuve en la Escuela Nacional de Música donde me convertí en profesor de educación musical.
¿Qué momentos recuerda de su infancia?
Los viajes que hacíamos con mi papá a diferentes lugares turísticos como Copán. Estos viajes siempre impregnan la fantasía de un niño. Asimismo mis clases de piano con la profesora Consuelo Murillo Selva. Me acuerdo como si fuera ayer cuando conocí al papá de uno de mis compañeros que era el famoso cantautor Antonio Medina, compositor de la canción “Virgen de Suyapa”. Otro hecho que se me viene a la mente es que cuando tenía ocho o nueve años en el San Miguel nos obligaban a jugar fútbol y yo nunca tuve esa destreza. Me metían a los partidos, pero yo le tenía miedo a la pelota, como mis compañeros vieron que yo era malo para jugar -que atajaba el balón con al cara- entonces todos renegaban cuando el profesor decía: “Entre Mejía con el cuadro tal”.
¿Y de adolescente?
Ya adolescente entré a una iglesia evangélica y fui uno de los líderes juveniles, realizamos varias actividades, religiosas y de proyección social, eso me marcó, porque todo el trabajo que hago a través de la música lo realizo con énfasis social. La música no solo es tocar para divertirse, sino que esto tenga un sentido de desarrollo social.
¿Cuándo siente esa vocación para la música?
Como vocación, vocación no creo que uno se dé cuenta temprano. Los grandes artistas nacen siempre en cunas de artistas, es muy raro que alguien que no esté en ese entorno, que lo cultive, sea una persona exitosa, hablando de renombre internacional, por eso es bueno que si los papás no lo entienden, el Estado lo entienda, que la escuela lo entienda, para así saber, reconocer y fomentar los talentos. A veces los padres no se dan cuenta, o al revés, lo inhiben. En aquel tiempo cuando el papá miraba que su hijo tenía deseos o talento para la música no le inculcaba la música porque pensaba que podía morirse de hambre, que era peligroso. Y eso viene desde hace mucho tiempo, por ejemplo en el caso de (Pyotr Ilyich) Chaikovski, su padre lo obligó a que fuera abogado, pero al final él despuntó como compositor.
¿A qué edad comenzó a ejecutar instrumentos?
Comencé a tocar piano a los seis años, a los ocho ya tocaba bien. Cuando mi maestra Consuelo murió mi papá vendió el piano, y yo tenía que practicar de vez en cuando donde encontraba uno.
Es difícil decir en qué momento uno sabe que tiene una vocación, de niño uno solo siente atracción. Lo que sí puedo decir es que hay un momento de mi vida cuando me doy cuenta no tanto de mi vocación, sino de la fuerza que la música ejercía sobre mí. Tenía 12 años y puse un disco de (Juan Sebastián) Bach, quería escuchar música de fondo mientras hacía mis tareas. Fue imposible estudiar y escuchar música, la pieza me atraía como un imán. Así me di cuenta de que tenía una pasión. A los 14 o 15 años le propuse, con temor, a mi padre que quería estudiar en la Escuela Nacional de Música.
¿Por qué tenía temor?
Porque no era una carrera bien vista, todo mundo quiere que su hijo se convierta en médico, o en otra cosa, menos en músico. La condición fue estudiar música y luego sacar el bachillerato. Estudiar música a una edad de 15 años en nuestro país era como un hobby, mientras que en otras partes del mundo a esa edad ya despuntan como grandes talentos. Así me gradué como mejor alumno de la Escuela Nacional de Música, luego fui contratado como profesor.
Háblenos sobre su especialización en Alemania. Recién graduado el director del Centro Cultural Alemán me dio una beca, pero me fui antes, arriesgándome, aventurando porque no sabía muchas cosas, aunque ya sabía un poquito hablar alemán. No fue todo tan fácil, porque al irme antes, yo no llevaba una beca, sino un apoyo de mis padres y el mío, para comenzar. Estuve 15 años en Alemania, me gradué cinco veces, trabajaba, estudiaba; me gradué de compositor, director de orquesta, músico para cine y televisión, profesor de música y una maestría en composición, también fui becado de la Fundación Friedrich Naumann por excelencia académica. De la fundación recibí una formación ideológica política liberal en el sentido estricto del liberalismo alemán. Entonces mi formación fue preparada para que pudiera ser un elemento de cambio, para que seamos líderes sociales y no solo músicos.
¿Los artistas son soñadores?
Si un artista de verdad no ha logrado ese despunte comercial, siempre es un idealista. Un artista no es que quiera cambiar a la sociedad con su arte, lo que pretende es aportar a la sociedad para que esta sea más justa y más feliz. Los artistas, sobre todos los que hacemos cosas emprendedoras, somos tipo quijotes.
¿Cómo ha sido su trayectoria en Honduras?
Mi función como artista en este país se puede definir en cuatro formas: soy director de orquesta y compositor, pero para hacer mi arte en Honduras me ha tocado formar las orquestas, formar las instituciones como la Orquesta y Asociación Filarmónica, fundar coros. Las composiciones las hago y las monto, también soy realizador, busco patrocinio, busco todo lo que hay que buscar para llevar a cabo el evento. Si somos soñadores, queremos transformar, queremos llenar con intensas locuras, al estilo del Quijote, el ambiente.
¿Se puede vivir de la música?
Bueno, creo que se puede vivir bien de la música sin la preparación que yo tengo.
La preparación que tengo de alguna manera está subutilizada en mi país, porque aquí yo tendría que hacer trabajos en universidades, pero las universidades no tienen trabajo para nosotros. Estamos demasiado capacitados pero no hay trabajo y si hay un trabajo será para una persona, son pocas las oportunidades que hay, además hay argollas, situaciones que siempre existen.
Por esas razones yo fundé mi propio trabajo, yo fundé mi propia escuela de música, la Asociación Filarmónica Coral de Honduras, fundé la orquesta, hemos conseguido patrocinio, entonces uno puede vivir de su trabajo, de la música, con mucho menos profesión de la que yo tengo.
A mí nivel sería en las universidades donde deberíamos estar para formar formadores. Cuando trabajé en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán tuve un gran anhelo de enseñar, pero sobre todo trabajé en el Departamento de Extensión Universitaria, no tanto en la carrera de arte, no hay tanto espacio todavía. Trabajé siete años en Unitec, colaboré con el coro, con la orquesta y me siento orgulloso porque varios de los exalumnos son personas exitosas.
¿Una pieza que ha compuesto con su talento?
Desde que regresé a Honduras mi producción, mi composición ha menguado bastante, como le dije, para poder sobrevivir aquí en el país hay que realizar un montón de actividades que no son artísticas como fundar asociaciones. Para el festival Orgullo Lo Nuestro de 1999 compuse la obra “Danza, magia y ritual”, la que se ha tocado en Ecuador, Estados Unidos, Cuba y en varias partes del mundo.
Como fundador de la Asociación Filarmónica, ¿qué logros ha alcanzado?
La fundamos en 2002 como una necesidad personal para realizar los proyectos que estaban en mente. La Filarmónica ha impulsado el desarrollo musical, ha generado competencia, y eso es positivo.
En los cerca de 10 años de existencia hemos montado más de 500 eventos. Los primeros tres años fueron de organización, en ese periodo se realizaron unos 40 eventos, sin fondos del gobierno. A partir de 2005 el gobierno nos dio apoyo y la cantidad de conciertos se triplicaron, hacemos unos 70 eventos anuales, el doble de lo que el gobierno nos exige a cambio del dinero que nos dan.
Esto no es fácil lograr por la infraestructura, no hay suficientes músicos preparados, no hay gente preparada con la mente para una exigencia de esa clase, pero así hemos realizado giras dentro y fuera del país, hemos grabado discos, videos, hemos participado en festivales; sin embargo, desde hace seis meses, por la situación financiera del país, nos han reducido el presupuesto que nos asignaron en un 30 por ciento, y hasta el momento no nos han entregado el dinero, por lo cual tenemos que andar gestionando fondos.
¿Usted también tiene una escuela de música?
Sí, la escuela se llama Conservatorio Filarmonía, está ubicada en la colonia Florencia Sur. Atendemos a un público intermedio, no es cara.
Para usted, ¿el músico nace, no se hace?
Tiene que ver con el talento y la sensibilidad. El talento puede decirse que viene con uno, la sensibilidad se hace, pero para ser músico se ocupan las dos. Si alguien nace con mucho talento y en su entorno no lo cultiva, ese talento no se va a morir del todo, pero no se va a desarrollar como se debe. En cambio la sensibilidad se cultiva.
Soy cuatro veces graduado de profesor y creo en la fuerza, en la importancia de la educación artística -poesía, pintura, música- para que el alma del niño se moldee, se sensibilice y pueda entender el entorno de sus semejantes.
Es ahí donde los artistas sufrimos porque con nuestro arte no podemos lograr transformar las grandes sociedades, que es lo que nosotros deseamos.
Deseamos que a través de nuestro arte nuestra sociedad sea más digna. Por eso muchas veces el artista cuando triunfa hace sus fundaciones, hace tantas cosas porque siempre está dentro de él el deseo de ser un verdadero artista, no un asalariado, no un mercenario de las artes, él desea que su entorno se convierta en un nuevo entorno.