Que quizá el artista más contradictorio de su tiempo. Aunque se le consideraba un personaje controvertido y rebelde, se pasó casi toda su vida buscando la fama y la fortuna. La obra del pintor francés Édouard Manet, considerado uno de los padres del impresionismo, se exhibe esta semana en el museo Royal Academy de Londres.
Conocidos y desconocidos, familiares y amigos, 50 pinturas de rostros del padre del arte moderno (considerado así por George Bataille en su ensayo de 1955) están expuestas al público en el museo, en una exposición que permanecerá abierta hasta el 14 de abril y que explora el mundo de Manet e, inseparable, el ambiente de la sociedad parisina del siglo XIX.
Las obras se centran en el artista y su familia; sus amigos escritores y dramaturgos (el magnífico retrato de Zola, Zacharie Astruc, Théodore Duret, George Moore, Stéphane Mallarmé y Fanny Claus); retratos de estado (Georges Clemenceau o Henri Rochefort) y el apartado dedicado al pintor y su modelo.
EL ARTISTA. Aunque ahora es aceptado como uno de los grandes, Manet solía mostrarse inseguro de su dirección artística y profundamente herido por las críticas hacia su obra. Tuvo que esperar al final de su vida para conseguir el éxito que su talento merecía. Pese a que se le considera uno de los padres del impresionismo, nunca fue un impresionista en el sentido estricto de la palabra.
Por ejemplo, jamás expuso con el grupo y nunca dejó de acudir a los salones oficiales, aunque lo rechazaran. Afirmaba que “no tenía intención de acabar con los viejos métodos de pintura ni de crear otros nuevos”. Sus objetivos no eran compatibles con los de los impresionistas, por mucho que se respetaran mutuamente.
Édouard Manet nació en París el 24 de enero de 1832, en una familia acomodada.
Terminó su formación escolar sin obtener la calificación necesaria para estudiar derecho, para decepción de su padre, que era magistrado. Su encuentro con el arte fue a los dieciséis años cuando viajó a Río de Janeiro como marinero, con intención de ingresar en la Academia Naval Francesa. Como su proyecto no tuvo éxito, decidió dedicarse al arte.
Desde 1853 hasta 1856 Manet se dedicó a viajar por Italia, los Países Bajos, Alemania y Austria, copiando a los grandes maestros.
Su primera exposición fue en 1872, cuando Durand-Ruel adquirió por 35,000 francos veinticuatro de sus obras y organizó la primera muestra de pintores impresionistas, que no tuvo éxito comercial. Sin embargo, entre estos artistas iba surgiendo una conciencia de grupo que los llevaría a formar la Société Anonyme des Artists para realizar exposiciones colectivas.
La notoriedad de Manet, al menos en las etapas tempranas de su carrera, se debió más a los temas de sus cuadros, considerados escandalosos, que a la novedad de su estilo. No fue hasta mediados de la década de 1870 que empezó a utilizar técnicas impresionistas. En este sentido, Bownes se muestra bastante convincente al demostrar que, de joven, sin llegar a considerarse un innovador, Manet sí trataba de hacer algo nuevo: buscaba crear un tipo libre de composición que estaría, sin embargo, tan herméticamente organizada en su superficie como los cuadros de Velázquez.
Ningún pintor del grupo impresionista ha sido tan discutido como Manet. Para algunos, fue el pintor más puro que haya habido jamás, por completo indiferente ante los objetos que pintaba, salvo como excusas neutras para situar un contraste de líneas y sombras. Para otros, construyó simbólicos criptogramas en los que todo puede ser descifrado según una clave secreta, pero inteligible. Manet murió en 1883 a los 51 años tras sufrir la amputación de una pierna por gangrena.
LA EXPOSICIÓN. Entre las obras maestras que ha reunido la Royal Academy destacan “El almuerzo” (1868), de la Bayerische Staatsgemäldesammlungen-Neue Pinakothek de Múnich; “El ferrocarril” (1873), de la National Gallery de Washington; “Madame Manet en el conservatorio” (1879), del National Museum of Art, Architecture and Design de Oslo; “Berthe Morisot con un ramo de violetas” (1872), del Musée d’Orsay, de París; “Cantante callejero” (1862), del Museo de Bellas Artes de Boston; “Desayuno en la hierba” (h.1863-68), de The Courtauld Gallery de Londres; y “Música en las Tullerías” (1862), de la National Gallery de Londres.
Al igual que el pintor en su momento, esta exposición ha generado también críticas encontradas. Mientras The Times ha dicho que la muestra es “una oportunidad excepcional para ver algunos de los mejores trabajos del artista”, el crítico Adrian Searle achaca a la exposición que no estén en ella los grandes lienzos y afirma en The Guardian que se trata de “un conjunto irregular” que no está a la altura de las celebradas anteriormente en El Prado y en el Museo d’Orsay.