Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El peso de la culpa

Está claro que los refranes son sabios, y es que, el que la hace, la paga
18.02.2024

CARTA. Mientras luchaba contra la Muerte en una camilla de hospital, a causa de una neumonía, recibí muchas cartas de los lectores y lectoras de esta sección de diario EL HERALDO. Por lo general, trato de leerlas todas, y trato de darles respuesta, aunque desecho algunas que, desde las primeras líneas, prometen ser irrespetuosas, o que inician con críticas ofensivas, lo que no me parece correcto, ya que la educación que recibimos en nuestras casas debe ser la primera imagen que mostremos ante los demás. Y si esa educación vino de padres fallidos, qué lástima. Así, pues, revisaba los correos, despacio, cuando me encontré con uno que, al principio, me pareció poco interesante. Sin embargo, me detuve en él por el encabezado, que decía así: “Hola, Carmilla. Le escribo desde la penitenciaría de varones de Támara. Ojalá le interese esta historia, que es mi propia historia. Leo sus casos desde hace años, y, cuando caí en la cárcel, seguí leyéndolos por internet. Es más, me he propuesto averiguar muchos casos entre mis compañeros de presidio, por si algún día tengo el honor de conocerla. Mi historia es esta”.

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REDACCIÓN

Me di cuenta de inmediato que quien escribía tenía una educación superior; redacta de forma coherente, elegante y concisa, y usa el lenguaje con especial habilidad. Por eso, seguí leyendo; hasta que supe que el que escribía era un profesional universitario, un amante de los libros, y buen contador de historias. Y su carta seguía así: “Estoy preso por mi propia culpa. Nadie más que yo soy el responsable de estar aquí, pagando una condena que merezco. Lo reconozco con valentía. Hice lo que hice, y lo hice consciente de ello. Es más, lo planifiqué hasta el último detalle, tratando, por supuesto, de no dejarle a los policías ningún indicio que los llevara hasta mí. Pero, está claro que la Policía no es tonta, y que no hay crimen perfecto. Además, entendí que el delito no paga, y, leyendo sus casos anteriores, titulados “Por el camino de la muerte”, estoy de acuerdo en que cada quien es responsable de sus actos, y de que aquí, y en cualquier otra parte, a nadie matan de gusto. Siempre hay una razón para que alguien se tome la justicia por sus propias manos. No debería ser así, pero así es. Y esa es la razón por la cual, desde estas líneas, hago un llamado a la sociedad para que acepte con hidalguía que es en su seno donde crecen los monstruos que nos aterrorizan; que es la sociedad misma la que crea los delincuentes que vemos cada día dañando a los inocentes. Hogares desintegrados, padres violentos, madres descuidadas, hogares donde se escucha el maligno, perverso y sucio reguetón, casas donde dominan el vicio, las peleas y hasta la pornografía... En fin. Somos nosotros los creadores del mal que nos agobia como sociedad; y de esto puedo dar fe en carne propia. Entonces, ¿por qué vamos a culpar al Estado de la delincuencia que hay en nuestras calles? ¿Por qué vamos a echarle la culpa al ministro de Seguridad de que más y más personas, de todas las edades, decidan ingresar al Delito, así con mayúscula? ¿Por qué culpar a la Policía de lo malo que deciden hacer, por cuenta propia, los ciudadanos libres? ¿Por qué no culpamos a los malos padres, a los malos maestros, a los malos religiosos? ¿Por qué no asumimos nuestra propia responsabilidad en cada uno de los actos equivocados que hemos cometido?”.

MUJERES

“En sus dos casos anteriores, usted cuenta la muerte de mujeres que fueron víctimas de criminales con los que decidieron relacionarse. Y demuestra que las autoridades descubrieron que las víctimas estaban coludidas con el Crimen. Por desgracia, ese el final del que mal anda por la vida, ya que, como dice el refrán, “el que mal anda, mal acaba”. Y es mi mismo caso. Y aunque deseara tener una justificación, la verdad es que no hay ninguna. Soy culpable. Así me lo demostraron los agentes de la DPI: y estoy pagando mis malas decisiones. ¿Qué si me arrepiento? ¡Sí! Claro que me arrepiento. Una y mil veces. La cárcel es un infierno, en la plena extensión de la palabra. Lo único que le faltan son las llamas eternas. Pero, al igual que la mayoría de los que estamos aquí, yo me lo busqué. Y lo hice, sabiendo que podía terminar aquí, en una celda fría, entre hombres despiadados, entre drogadictos, hombres violentos que no le tienen miedo ni a la ‘poderosa Policía Militar’. Aquí solo se respeta al ‘Toro’, al que domina la prisión”.

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DPI

“Una tarde, mientras caminaba hacia mi carro, por el estacionamiento del edificio en el que tenía mis oficinas, cinco hombres salieron de no sé dónde, y me apuntaron con sus pistolas. Uno de ellos gritó mi nombre, me dijo que levantara las manos, y me dijo que estaba detenido por suponerme responsable del rapto y asesinato de Fulano de Tal. Un hombre joven, muy amable, me leyó mis derechos, mientras uno de sus compañeros me esposaba las manos hacia atrás”.

“Creí que no me encontrarían nunca” -le dije al que me había leído los derechos.

“Señor -me advirtió-, tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede y será usado en su contra en un juicio... ¿Entiende eso?”.

“Lo entiendo -le respondí-; pero, lo que ustedes no entienden es la enorme carga que me acaban de quitar de encima... He vivido con esto por más de seis meses”.

“Mi deber, señor -dijo el hombre-, es recordarle que todo lo que diga...”

“Sí, sí; ya lo entendí”.

Pero, lo que no entendía todavía, era cómo habían llegado hasta mí, si ya le dije antes, en esta carta, que traté de hacer todo a la perfección, cuidando hasta el más mínimo detalle. Y, como no podía resistir la curiosidad, y ya que me sentía mucho mejor que en los últimos meses, le pregunté al agente que iba a mi derecha, ¿cómo me habían descubierto?

“¿De verdad quiere saberlo?” -me preguntó él, con la misma amabilidad.

“Sí. Me gustaría saberlo”.

“¿Está seguro?”

“Sí”.

“Lo va a saber en el juicio”.

“¿No me puede adelantar algo? Ya me detuvieron; soy culpable, y ustedes lo saben... Entonces, ¿por qué no decirme cómo fue que la Policía llegó hasta mí?”

“Tengo la obligación legal de recordarle que todo lo que diga...”

“No repita eso...”

“Tal vez podemos hablar en la DPI. Yo lo voy a entrevistar”.

“Está bien”.

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PAZ

“Tengo que decirle, Carmilla, que desde el momento en que los agentes de la DPI me pusieron las esposas, tengo paz. Es como si me hubieran sacado milagrosamente un horrible tumor del centro del corazón. Y, aunque estar en prisión no es lo más agradable, estoy tranquilo. Primero, porque sé que lo que hice fue tomando mis propias decisiones. Sabía bien lo que hacía, y sabía que podían atraparme. Aunque al principio estaba seguro de que estaba cometiendo el crimen perfecto, y que lo que hacía era un acto de justicia. Ahora entiendo que nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho a hacerse justicia por su propia mano. Nadie. El que decide convertirse en delincuente, en criminal, lo hace por su propia voluntad, y debe saber que, tarde o temprano, lo espera la cárcel o la tumba; pero que va a pagar lo que hizo, claro que lo va a pagar. Y yo, hirviendo mi sangre a causa del odio y de los deseos de venganza, pasé meses enteros planificando el crimen perfecto, cuidando cada detalle, estudiando criminalística, criminología, leyendo a Agatha Christie, a Carmilla Wyler, en fin... Y, cuando estaba listo para dar el golpe, lo hice. ¿Qué fue lo que hice mal? ¿Qué detalle fue el que descuidé? ¿Qué dejé atrás de mí para que los muchachos de la DPI descubrieran que el criminal era yo?”.

NOCHES

“Aquí se duerme poco, Carmilla. Siempre se está prevenido. Aquí hay ladrones, drogadictos violentos, violadores, gente pendenciera... Y hay que tener cuidado de todo... Los delincuentes más elegantes son los estafadores. Son gente culta, lista, inteligente, si se puede decir, que hablan mostrando educación... Es más, aunque no estoy autorizado a contarle esto, le voy a decir que uno de mis compañeros de celda fue, por un tiempo, un muchacho que, con una computadora portátil, entró a las cuentas de muchos de los clientes de un banco, y se hizo con más de un millón y medio de lempiras, los que todavía no han encontrado. Por supuesto, estos crímenes no se publicitan porque dañan la credibilidad del banco, aunque el delincuente no se salvó de la condena... Y conocí a otro que les estafó doce millones de lempiras a unos inversionistas en el norte... Había gastado dos millones, devolvió diez, y lo dejaron vivo, porque se metió con una gente que no se anda por las ramas... Pero, fíjese, Carmilla, que es uno de los presos más felices que he visto. Es joven, las mujeres le caen como del cielo, vive bien y come bien en la prisión; no bebe, a no ser un buen vino; y no fuma, a no ser un buen puro. Y un día le pregunté ¿por qué se veía tan tranquilo, si le habían quitado todo, y estaba preso? Y me respondió que” él tenía sus secretos...” “¿Se ha fijado -me dijo-, que hay noches que no duermo en mi celda?” “Sí” -le contesté. “Pues, es que un par de buenas amigas me llevan de paseo, se divierten conmigo, y lo que gano con ellas lo ahorra mi mamá, que es en la única mujer en la que un hombre de bien, como nosotros, puede confiar”.

“Nos reímos, Carmilla, y no quise preguntar más, porque aquí, entre memos se sabe, mejor es”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA