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Amanda Castro, sinónimo de constancia y libertad

Mujer sin tapujos, adoradora de la libertad individual en la que creyó siempre; feminista comprometida con la lucha por la igualdad de género, la poeta hondureña sigue viva en sus versos.

06.04.2014

En una reunión de trabajo con artistas, escritores, poetas e intelectuales jóvenes, para organizar un festival nacional de las artes en Honduras, la delegada por un ex presidente, quería arrastrarnos a su inútil y encarnada visión folclorista de la cultura. Nosotros nos mirábamos con atónito silencio, pero Amanda Castro enrojeció y aferrándose a su tanque de oxígeno le reprochó su ignorancia y falta de respeto y desmanteló el andamiaje manipulador de la propuesta que hacía ver a los creadores como resaca decadente, como payaso hambriento mascando su propio harapo… T

odos renunciamos a formar parte de aquella organización, pues se nos quería imponer falacias y desbarataron con irrespeto las ideas que originalmente habíamos escrito basadas en nuestra experiencia de gestores culturales y en nuestro conocimiento de la cultura nacional. Así recuerdo yo a Amanda Castro, protestando, haciendo saber a todos que su inconformidad no era un capricho personal y egoísta, sino una clarividencia, un derecho construido con lecturas, sacrificios, estudios e investigaciones en un país que siempre da la espalda a sus mejores hombres y mujeres.

Y la recuerdo también en un atardecer cuando conversábamos de literatura y gestión cultural en un restaurante de Tegucigalpa, mientras bebíamos una cerveza con buen humor y comentábamos sobre sus nuevos poemas donde me decía había una celebración a un paraíso lésbico, al amor libre y también hacíamos referencias a las preguntas de una entrevista mía que por esos días le había hecho llegar. Luego la recuerdo en la Biblioteca Nacional riéndose de mí y de mis apuros por organizar una sesión de fotografía de Christine Woda con cuatro poetas más.

El día de su muerte una llamada me despertó y fueron tan secas esas palabras que me anunciaban su partida. Despacio me levanté acordándome de Amanda Castro con quien nunca yo tuve una amistad, pero si nos favoreció el azar, encontrándonos en la calle, en algunos cafés, en sus lecturas o en jornadas de trabajo de gestión cultural.

Encendí mi laptop y ahí estaban las palabras de Amanda, vivas y dispuestas como ella fue en su trabajo de poeta y gestora cultural que nos inspiró a muchos. Mujer sin tapujos, adoradora de la libertad individual en la que creyó siempre, pues de esa entereza depende el carácter que ha de permitir el temple para la lucha y para la libertad colectiva, feminista comprometida con la lucha por la igualdad de género, su esfuerzo es un ejemplo para los hacedores y una lección para las instituciones de este país. Fundadora de su propia voz, de caminos para otras voces a través de sus estudios, de su sello editorial y de su revista.

Quisiera dejar de escribir para leerla de nuevo, para que todos la leamos en estos fragmentos de una entrevista que le hice donde ella expresa con sencillez, profundidad y carácter definitivo cómo fueron sus días, sus estudios y sus anhelos, además de dar referencias sobre su trabajo poético y el de las poetas hondureñas y de su lucha por encontrar espacios para las mujeres y los hombres de este país.

Esta historia personal respecto a la poesía, seguro posee algunos instantes que son vitales.

Comencé a escribir poemas a los 12 años, poemas que eran como viñetas de las cosas que veía y me impactaban. El primero de ellos que recuerdo era una escena de un hombre que empuja una carreta que llevaba leña, una mujer que echaba tortilla, personas que buscaban el pan. Yo, la niña de El Sagrado Corazón, les veía desde el autobús, y descubría por primera vez las diferencias de clases y los privilegios que tenía sobre aquellas personas; yo no tenía que trabajar o pedir como los niños que miraba por las ventanas. Creo que desde entonces comprendí que se podía hablar a través de la poesía de las separaciones y de los dolores que estas diferencias provocan. Posteriormente, mi filiación con los artistas plásticos del Taller Dante Lazaroni me dio la oportunidad de poner en palabras (cuentos y poemas) las historias que tejía a partir de las imágenes de sus cuadros. Recuerdo haber escrito cuentos sobre los cuadros de Víctor López, Aníbal Cruz, Ezequiel Padilla y Virgilio Guardiola. Esa relación me ayudó mucho a cultivar la poética visual que siempre he tenido. Posteriormente, en 1985 abordé un avión rumbo a EE UU para comenzar un viaje de estudios que aún no concluyo. Este primer avión, esta primera separación, esta primera experiencia desde el exilio y la otredad, (donde yo ya no era la niña “blanca” clase media, sino una “mujer extranjera y de color”) fue instrumental para forjar mi conciencia de raza y de género. El choque cultural, sin embargo, fue tan grande que me sentí extraviada completamente y como resultado me alejé de la poesía. Entre el 85 y el 87 no volví jamás a levantar las plumas. Al finalizar mis estudios de maestría en 1988, a través de mi trabajo de tesis sobre la poesía de Juan Ramón Molina, algunos de mis maestros descubrieron mi vocación poética y comenzaron, prácticamente, a forzarme a hacer las paces con ella, con la poesía. Desde entonces nuestro amor solo ha crecido. El racismo sufrido en el norte, me obligó a buscar mis raíces indígenas y a comprender el híbrido que soy: mujer mestiza producto de la violación del blanco contra la india, mujer migrante para quien a veces el inglés es más fácil que el español, mujer hecha de retazos de esperanzas puestas en el alma por otro/as que estuvieron de paso también en el norte, allí todos reconstruimos como pudimos, lo mejor, lo que más amábamos de nuestras culturas. Yo opté por la raíz indígena, esa mitología hermosa que se refleja en “Onironautas”; adopté tanto creencias religiosas como posturas políticas también híbridas. La experiencia de la muerte ajena, mi diagnosis en 1994 y la sentencia de solo cinco años de vida que me dieron entonces fue quizás la última experiencia personal que más ha influenciado no solo mi escritura, sino también mi vida misma. De la simple existencia —a veces casi vegetación— salté a la pasión por vivir; a vivirlo todo por primera y última vez, a ver el reloj moviendo sus manijas, a escuchar su tic tac, a monitorearlo como monitoreo el tanque de oxígeno que arrastro paso a paso entre las multitudes, para poder decir estoy aquí, existo y eso ya es bastante. Hago lo que mi escaso aire me permite y más, porque el tiempo que me queda es poco y no lo puedo desperdiciar. Por eso, creo, escribo lo que escribo y me comprometo con las cosas y las personas que me comprometo.

¿De sus siete libros de poesía publicados cuáles son los más emblemáticos para usted?

Me parece que el más ambicioso sería “Onironautas” (2001), pues con él me propuse y creo haber alcanzado la capacidad de hilvanar una serie de aspectos que para mí son vitales. En primer lugar, la escritura de este libro me permitió, como ya dije, abrazar completamente mis raíces indígenas y acercarme a los ancestros y a sus voces, recobrando con ello un pensamiento mítico. En segundo lugar, me parece que “Onironautas” me ha permitido mostrar que nuestra cultura es, como dice el maestro Roberto Sosa, una cultura de la violencia, lamentablemente. Se hilvanan en este libro las raíces de la existencia debatidas entre el espíritu creador y el espíritu de la descomposición (la placenta podrida hace surgir a Odosha, el espíritu del mal), de la destrucción. Todo esto presentado al comienzo de la existencia, vuelve a resurgir a la hora de la conquista; hecho violento claro está, pero del cual surge la vida nuestra, porque nuestro mestizaje deviene del choque de culturas. Posteriormente, en nuestra historia, reaparece ese choque violento en el marco también de una nueva reconquista que provoca nuevamente la destrucción y el desequilibrio de las fuerzas de la naturaleza, me refiero específicamente a la “guerra fría”, instrumento represor de los conquistadores del norte.

Pero, “Onironautas” también es un espacio en el que, a través de invocaciones chamánicas, se utiliza el sueño como elemento de curación que nos puede permitir sanar la humanidad. El chaman, canta y con sus cantos cambia los sueños de la gente. Este es un principio chamánico compartido por varias culturas y que se parece mucho a la función de el/la poeta. Confiamos en que nuestros cantos permitirán dar testimonio de nuestra presencia y de nuestra postura ante el dolor humano.

Por otro lado, “Quizás la sangre…” es para mí también un libro muy importante ya que marca mi salida del clóset poéticamente; aunque mi discurso poético ha sido siempre lésbico, muchos y muchas se han negado a verlo como tal, porque había estado dirigido a Honduras tratada como mujer, y eso en nuestra cultura sí es admisible, mientras que una mujer escribiéndole poemas de amor a otra mujer de carne y hueso está prohibido.

“Quizás la sangre…” propone precisamente un juego de simbiosis entre todas las mujeres que he amado, todos esos cuerpos femeninos que son: mi Honduras, con sus verdes caderas, montañas y húmedos valles, la poesía con la humedad de su lengua envuelta en el más exquisito placer oral que pueda gozarse, la sangre recobrada como elemento no solo de sufrimiento y muerte, sino como símbolo de la reproducción y de la fuerza productiva que cargamos las mujeres en nuestras propias entrañas. Y, finalmente, la muerte, otra mujer que me acompaña siempre, que nos acompaña a todos aunque nos neguemos a verla.

“Quizás la sangre…” vuelve mi discurso político y público hacia lo personal, logrando de esa manera que mis opciones personales, en este caso mi preferencia sexual, se vuelva una postura política que me libera permitiéndome ser públicamente la persona que soy en privado. Si no me hubiera atrevido a escribir y publicar “Quizás la sangre…” no habría posteriormente podido ganar el I Premio Hibueras de Relato Corto (Honduras, 2006) con un texto de temática lésbica y con tinte bastante erótico por momentos.

Este libro, como le digo, es importante porque me ha permitido verme directamente al espejo y soltar cualquier tipo de vergüenza cultural o religiosa que me había impedido, hasta entonces, vivir en paz conmigo misma. Y ha sido literalmente como encarar otra forma de decirme, de decir mi mundo en el cual mi amor por las mujeres es primordial y obviamente primigenio; mis proyectos literarios actuales son eminentemente lésbicos y me abren otras formas, otros formatos, otras posibilidades de ser y de vivir siempre consecuentemente con lo que pienso y con lo que escribo.

Respecto a la crítica que se les hace a algunas mujeres escritoras debido a su postura estética simplista sobre algunas temáticas; igual, bien podría hacerse la misma crítica a muchos hombres escritores. Usted, que es una investigadora, puede darnos su valoración.

Lo que en un hombre se interpreta a veces como romántico y sensible, llega a interpretarse como cursi en las mujeres, porque existen dos medidas diferentes; como en todo, las mujeres debemos demostrar las cosas tres veces para que nos crean que tenemos la capacidad de hacerlas, mientras muchos hombres solo tienen que alardear de sus triunfos para que todos se quiten el sombrero a su paso. Esa es una realidad cultural, en nuestra hondura, el hombre “posee la verdad”; no debería extrañarnos entonces que las mujeres recibamos el filo más cortante de la crítica, al fin y al cabo, nosotras ni siquiera escribimos literatura, sino esa denominada “literatura de mujeres”.

Esta postura, este prejuicio, contamina entonces cualquier apreciación que pueda hacerse; así, las flores, el amor, el campo, el mar y las estrellas, son señales de pobreza en el lenguaje y un intento de escribir que nunca llega a cuajar. ¿Y cómo? si las mujeres no tenemos derecho a hablar, cómo vamos a aprender a escuchar nuestros pensamientos, algo malo deben de tener, ya que se nos prohíbe hablarlos y a veces hasta tenerlos.

Esta desautorización a las palabras que vivimos las mujeres, nos lleva a nosotras mismas a un problema peor: la autocensura y el escapismo, que a su vez, pueden conducir a algunas de nuestras escritoras a referirse a sus escritos como “algunas cositas”, diminutivo que infantiliza nuestra escritura y nos condena ante la crítica.

Pienso que para que las mujeres hondureñas recobremos plenamente la voz, debemos primero recobrar nuestro cuerpo, el erotismo, nuestra lengua y los placeres orales que con ella logramos hilvanar en el silencio. Si no podemos vernos desnudas al espejo, tampoco podremos decirnos sin tapujos y eso me parece que es condenable, pero debemos recordar que todo es un proceso, todas hemos pasado por allí, vamos cada una llegando a su tiempo y con su ritmo a recorrer con las palabras el camino de la restauración de nuestro ser, desde nuestra otredad diversa.

Su libro “Una vez un barco”, desde mi percepción, es una de sus mejores publicaciones. Es un libro que aspira al viaje entre las sensaciones del amor, entre el intento por alcanzar los ideales personales y el antagonismo y las contradicciones que la realidad atrevidamente nos impone.

“Una vez un barco” es el primer poemario que escribí después de una pelea larga que tuve con la poesía, entre 1985 y 1987, después de muchos intentos y más de 120 poemas iniciales, las tachaduras y los agregados, dieron como resultado este breve poemario alegórico, en el cual el/la personaje/a barco/a, Blanca, zarpa del puerto y se extravía. No es Ulises ni su retorno lo que importa, sino esa barca consumida en su viaje por sí misma, buscándose en las noches, en las profundidades interiores y en la profundidad del mar. Honduras en retorno, amigos que quedaron, manos que siguieron pintando la esperanza. Barca a la deriva que busca desesperada una noción de pertenencia y que solo podía pertenecerse a sí misma y a la mar.

Poemas primigenios y primeros poemas de reencuentros y amores tronchados a medias, poemas que me forzaron a hilvanar mi escritura con la de otras mujeres que, como yo, habitaban el espacio del “no sé dónde”. Poemas que introducen una poesía que mira a Honduras desde afuera, con mirada radiográfica y a veces lapidaria.

Una vez un barco me abrió las puertas a las palabras y precisamente por eso, como usted dice, es un libro de vital importancia para mí.


¿Escribir poesía es la puesta en escena de las vocaciones, técnicas, inteligencia, sensibilidad e intuición propia del artista? ¿Cabe aquello de un compromiso al margen de lo literario?

Lo que me parece es que todos los elementos que usted menciona se amalgaman en el proceso de la escritura, la vocación que debe existir, obviamente, para que la poesía salga fluida y no forzada, como podría sentirse cuando se domina solo la técnica. La sensibilidad e intuición son indispensables para lograr armonizar, en palabras las sensaciones, sentimientos y experiencias que nos mueven y que deseamos transmitir a los demás. Y la inteligencia, debe utilizarse para lograr hilvanar artísticamente y de forma estética, todos los elementos.

En cuanto a compromisos, me parece que el primer compromiso que todo/a artista debe tener es con su propio arte. Si no respetamos la poesía propia y la ajena de nada servirán nuestras palabras; hablo de ese compromiso que se logra cuando una/o se vuelve una/o profesional de la poesía y vive de manera consecuente con ello.

Para mí la poesía no solo es mi profesión y mi arte, sino también mi forma de vida, un camino que sigo de la misma manera que se sigue una religión; y es que para mí la poesía es, como ya dije, una práctica de chamanismo. Desde esta perspectiva, me parece que la poesía se ve altamente comprometida con todas las acciones que realizamos. Yo en lo personal extiendo mi compromiso poético, o compromiso individual, a mi compromiso social, de tal manera que mi escritura debe, a mí juicio, revelar mis posturas ideológicas, políticas y mis creencias culturales.

En suma, creo que la poesía comprometida va mucho más allá del panfleto o del texto urgente, que aunque necesarios, no llegan a hacer mella estéticamente. La poesía, si busca perdurar, debe trascender los bordes del tiempo y el espacio.

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