Opinión

Una visión huérfana, ¿quién la quiere adoptar?

En 1973, el Señor Jesucristo me llevó a trabajar con jóvenes que tenían problemas de drogas. En ese tiempo llegue a la colonia Kennedy, y en las calles comenzamos a trabajar.

Tiempos después, Dios nos dio un terreno en lo que hoy es la colonia Las Palmas. Allí nacieron las Brigadas de Amor Cristiano, compuesta por un 80% de jóvenes procedentes de las drogas y el movimiento hippie, onda de moda en aquel entonces, con su música protesta y su peculiar consigna de “Amor y paz”.

Las drogas dominantes era las psicotrópicas o alucinógenas; hongos, marihuana, floricunda y pastillas LSD. Nuestras dos mayores actividades eran hacer misiones a lugares necesitados, y los campamentos juveniles celebrados en diciembre. En 1977, y por medio del hermano Girón, compramos una finca perteneciente a Víctor Castro, en Zepate, Cofradía.

Allí en una planicie en donde había una enramada para culto, la tomamos por fe, con un propósito bien definido: primero, solidificar el trabajo con los jóvenes que de otros lugares venían a pedir ayuda por problemas de drogas y, segundo, celebrar nuestros campamentos juveniles anuales.

El Señor nos ayudó en nuestro esfuerzo, y en agosto de 1977 comenzamos a trabajar, terminando una casona que está a medias. Gracias al entonces ministro de Obras Públicas, coronel Mario Flores Theresin, abrimos la calle, nos construyó el auditorio y la cancha de básquetbol. En esa época la Iglesia de Tegucigalpa apoyó en cuerpo y alma esta visión, porque la gran mayoría de sus miembros eran jóvenes procedentes de este mundo de las drogas.

Hoy (2012) nuestro trabajo se siente huérfano. Las iglesias se han acomodado a su visión en un nuevo quehacer. Estamos huérfanos de apoyo, de calor humano, de interés por lo que pasa aquí, y abandonados en muchas necesidades. Subsistimos en medio de una soledad espiritual por falta de calor eclesial. Son pocos las Iglesias que nos visitan y apoyan. No se interesan por la realidad social de los jóvenes víctimas de las drogas.

Pero no solo estamos huérfanos de la Iglesia, que no le importa el adicto y marero, sino también del sistema social en el cual vivimos. Cada vez sentimos el abandono de los políticos, de la empresa privada y de la sociedad entera. Mientras la crisis de drogas y violencia se dispara hasta alcanzar a los adolescentes de 12 años para volverlos sicarios.

El incremento de la demanda de asistencia ha pasado de un 20% a un 150%. Proceden de todo lugar, incluso hasta de las aldeas más remotas, a donde llega la coca y el crack. Ya no son aquellas drogas llamadas blandas, como las alucinógenas, ahora son las terribles drogas narcóticas, que esclavizan y degeneran al ser humano a dimensiones destructivas y violentas. Para estos jóvenes solo hay tres salidas: la cárcel, la muerte o el manicomio. Hay una esperanza, la rehabilitación, pero pocos apoyan esta alternativa, y para mí, es una de las perspectivas más importante en el trabajo con los perdidos.

¿No dijo Jesucristo que Él vino a buscar a los que no tenían esperanza? ¿Acaso los sanos necesitan médico? ¿No fue la escoria y los marginados de su época a los que él llamó? Pero hoy, la Iglesia tristemente vive para buscar empresas rentables, proyectos para acomodarse, competir y construir “catedrales” majestuosas y millonarias, y predicar un evangelio de codicia y bienestar, ignorando la miseria y el dolor que nos rodea.

Es por ello que hoy declaro que nos sentimos huérfanos del calor eclesial, del interés de las Iglesias por estos programas, del compromiso de servicio y entrega a los demás, y de la ayuda al perdido. Estamos solo en medio de las limitaciones, de las calamidades naturales, de la demanda existente, de los muertos de todos los días, porque no han encontrado el camino correcto. Estamos luchando contra un monstruo que devora a Honduras: las drogas. Estamos perdiendo el tesoro más grande que puede tener una nación: la juventud.

Solo le pido a Dios fuerza para no desmayar, valor para enfrentar el reto que tengo por delante, y paciencia para esperar aquello que no puedo resolver, y sobre todo, que la Iglesia cristiana salga de su letargo y emprenda la labor que le encomendó el Señor Jesucristo, de buscar y salvar a los que están perdidos.