Que sean cumplidas las funciones atribuidas a noveles comisiones creadas para la seguridad ciudadana. Que en su accionar se impongan los intereses de Honduras sobre prejuicios, radicalismos, egolatrías y adicciones. Y también la legalidad y el sentido común.
Es que hay unos que toda la vida se dijeron defensores del estado de derecho, pero una vez investidos como sus albaceas, el imperio de la ley se les volvió estorbo y lo que debían preservar avalaron agredirlo.
Dudas surgen, como ya hemos atestiguado tristes experiencias de ciudadanos inteligentes y honrados, atontarse con un poco de poder y protagonismo.
Que en esos espacios se trabaje y se ofrezcan soluciones. Que se resista la tentación de hacer inquisición y que a punta de declaraciones temerarias parezcan cumplir las tareas.
Ejemplos varios tenemos que tragarnos de antes admirados compatriotas, hechos sobresalientes ciudadanos a punta de diatribas en contra de la patria y de sus instituciones. Por lo general, sin asidero más que en su irresponsabilidad y megalomanía características. Y ya no estamos para eso. Ni para seguir de encubridores en su fraude, con silencio o murmuraciones.
Fácil pasamos de la esperanza a la frustración, de la vitalidad al agotamiento, en un ejercicio de ciudadanía que no ve ni más transparencia ni menos delitos. Sí, se espera mucho de tanta iniciativa bien intencionada y de los elegidos para ejecutarlas, como loable puede ser la idea de sus patrocinadores.
Ojalá resulten. Pero que son innecesarias en el alcance de los objetivos propuestos, lo son. Ha bastado voluntad en hacer que funcione el andamiaje jurídico existente. Suficiente habría sido que la toma de decisiones no tuviera que ser sometida al tamiz sectario electoral, que todo lo contamina.
En concentrarse por ahora en el adecentamiento policial, en la investigación criminal y en contrarrestar la impunidad, bastaría y sobraría. Con pocas disposiciones legales nuevas. Sin tanto invento, ni tanto gasto, ni tanta gente.