Opinión

La cobertura mediática del debate presidencial celebrado en la UNAH, saboreó un supuesto choque entre el hombre del Pac y el de la UD.

Estuve presente, y como veremos, no hubo tal choque.

Comenzó Vásquez Velásquez, recibido con protestas y silbidos.

Pero se le escuchó con respeto, quizás porque se expresó con serenidad y prudencia.

Ofreció seguridad policial, reforzada por una carrera judicial; promover microempresas, negocios familiares y huertos caseros. No fue aplaudido, pero tampoco abucheado.

La representante del candidato liberal ofreció fortalecer el estado de derecho, estabilidad macroeconómica, reducción del Estado, desarrollo humano, educación.

Nasralla era esperado. Querían escuchar al hombre que ha saltado del anonimato político a la candidatura presidencial, sin partido ni experiencia, sin dinero ni estructuras, con un solo mensaje: recuperar la decencia en la administración pública.

Su propuesta fue menos espectacular: prioridad a una alimentación sin intermediarios, proveer crédito accesible, combatir el crimen con los 60 millones de la corrupción. Retomar los valores morales. Policía comunitaria.

Cuando su micrófono falló, gritó que estaba siendo boicoteado.

Cuando se le informó que su tiempo había vencido, gritó que le habían robado 2 minutos.

Cuando un alborotador de su barra fue expulsado, se retiró en pública solidaridad.

No llegó la candidata de LIBRE, quien era, sin discusión, la más esperada por los estudiantes.

Su representante dedicó tres minutos, de los seis concedidos,a hablar de su paso por la escuela de Derecho.

Ese tiempo le faltó para completar el reiterado mensaje: refundar¬ Honduras, policía comunitaria, corrupción, reducción del gasto fiscal, no más impuestos, 10 mil cajas rurales, seguro popular.

El candidato de la UD lanzó un discurso de barricada, sin propuestas.

De pronto preguntó a los estudiantes qué habían hecho ellos para corregir la situación del país.

No contestaron la injusta pregunta, sino que le exigieron, en coro, que hiciera sus propuestas.

“La propuesta son ustedes”, respondió.

Ante la silbatina,soltó dos palabrotas, que seguidas por un atronador abucheo,provocaron su salida.

No llegó el candidato del Partido Nacional. Su representante fue recibido con una silbatina mayor que la prodigada a Vásquez Velásquez.

Más que una oferta, fue una arenga electoral, escuchada en silencio y salpicada con algunos silbidos.

El evento escaseó en propuestas y abundó en vagas promesas.

Volvimos al repetido apoyo a la microempresa; al crédito fácil y barato; al déficit fiscal; a mejorar la educación.

Alguien, en súbito ataque de creatividad, propuso sembrar más café.

Tal como lo vi, así lo he narrado.

Vale preguntar por temas omitidos, como la institucionalidad perdida, el ambiente, la competitividad, la reforma tributaria, la burocracia y sus trámites, la crisis fiscal, el problema magisterial, el narcotráfico.

La ausencia de los tres candidatos de los partidos mayoritarios es muy mala señal.

Quizás hayan calculado que había tareas más productivas en votos.

Esa fue buena aritmética electoral, practicada desde 1980. Pero en tiempos de matemática cuántica y geometría fractal, la aritmética práctica queda en los escalones inferiores del análisis político.

Los tres debieron dialogar con los estudiantes, escucharlos, reverdecer sus esperanzas en el sistema.

El presidente Villeda Morales lo hizo en 1958, cuando se reunió en asamblea general de la FEUH para contestar cara a cara una carta incendiaria de los estudiantes.

Salió vitoreado. Fue uno de los momentos estelares de su vibrante carrera política.

El debate no produjo vencedores. Los candidatos quedaron nivelados por el rasero de la tradición.

Pero sí hubo ganadores. Los estudiantes, que supieron abuchear, alborotar, aplaudir y callar, según el momento, saben ahora que les espera más de lo mismo.

Los líderes políticos debieron evitar que tal temor se convirtiera en convicción.

Porque ese desencanto precedió la insurrección callejera de la juventud brasileña.

Aquélla, como la nuestra, se ha cansado de escuchar que “los jóvenes son el futuro de la patria”. Ellos son el presente, y ahora lo reclaman en las calles.

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