Es sorprendente. Aun aquí, en donde ya nada debiera sorprender. Ni los excesos de los grupos de poder, sean de hecho o de derecho, que no cejan en atropellar, con tal de imponer su voluntad. Ni las quejas de los oprimidos, apilados o dispersos, negados a enterarse y exigir respeto de quienes los trastocan y los arrastran, apelando al enojo por tantos errores de dirigentes caudillos de los partidos tradicionales.
Su insensibilidad, su falta de responsabilidad, su miopía crónica, hoy es el abono más efectivo para la creciente simpatía por lo que se percibe contestatario, amenazante del orden establecido, aunque a lo que aspire sea precisamente convertirse en el más nefasto orden establecido.
La expresión gráfica contundente del liderazgo obsolescente como pernicioso, que se impuso en la papeleta de diputados de Francisco Morazán del Partido Liberal, debiera esperar un rechazo ejemplar en las urnas. Pero no va a ser así. La deformación caprichosita del diseño de la boleta para -según ellos- favorecer una aspiración, pero que lo que más hace es perjudicar, como nada en la coyuntura, el sistema democrático, o el remedo que tenemos de él, va a ser la más votada.
Dios los crió y aquel que junto a los sectores renegrecidos del Partido Liberal, del Partido Nacional y del partido Libre (no se sabe de qué) se han confabulado, por viles y/o por torpes, para desgastar aun más la credibilidad de una democracia que no resuelve y de la que sus destinatarios en vez de favorecer las opciones que signifiquen rompimiento con el atraso, con el caos, con el oportunismo y con dirigentes megalómanos, la perjudican. Entonces, no habrá derecho a quejarse. Con todo a la vista, con todo a los oídos, se niegan a ver y a escuchar. Los discursos apocalípticos, repetidos últimamente, debieran servir para alertar, para revertir la tendencia destructiva que empieza a confundir a la opinión pública.
¡No para arraigarla! ¿Pero qué puede esperarse? Después que no les resulte sorprendente.