Dos de los más sangrientos escenarios de la actualidad mundial, Siria y Egipto, son ejemplos de la confrontación interna inflamada desde el exterior, de las dificultades de la democracia en países fuertemente influenciados por la religión, pero también de la frustración y manipulación de los movimientos populares como “la primavera árabe” por parte de las potencias occidentales y vecinos interesados que buscan mantener o ampliar sus influencias.
Las cosas empeoran en Siria, donde movimientos populares y pacíficos en contra de Bashar al Assad pronto fueron transformados en una guerra civil que ya se ha cobrado unos cien mil muertos, centenares de miles de heridos, millones de damnificados y refugiados, así como cuantificables pérdidas materiales y destrucción de la infraestructura nacional.
Precisamente, mientras se encontraba en el país un equipo de las Naciones Unidas llamado para investigar el uso de armas químicas por parte algunos de los grupos que intentan derrocar al gobierno establecido, el miércoles se produjo un presunto ataque de ese tipo, con gran cantidad de videos y fotografías que lo atribuyen al gobierno sirio.
Ayer mismo el diario francés Le Figaro informó que dos columnas de combatientes, bien entrenados y armados por Estados Unidos, entraron a territorio Sirio el pasado fin de semana desde Jordania, una estrategia de intervención que le evitaría a Washington tener que enviar tropas, quedándole todavía la opción de decretar una zona de exclusión aérea e incluso bombardear puntos clave para debilitar a las fuerzas de Al Asad.
En Egipto, mientras tanto, los militares que permitieron la caída del dictador Hosni Mubarak pero no entregaron el poder mientras se creía que se implantaba la democracia con el primer presidente electo Mohamed Morsi, continúan la sangrienta represión que ha causado centenares de muertos y que se desató por el desmantelamiento de campamentos pacíficos de protesta por el golpe de estado en contra de Morsi.
Como los militares egipcios gozan del respaldo de las satrapías vecinas, como Arabia Saudita, y las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos, ya no hay duda que continuarán su campaña de exterminio hasta obligar a los Hermanos Musulmanes, la organización político-religiosa que llevó al poder a Morsi, a regresar a la clandestinidad.
No hay duda que las cosas empeoran cuando en un momento dado se juntan los intereses geopolíticos, religiosos, económicos y militares.