Durante los tres años de la administración Lobo, los asuntos públicos han ido sin rumbo y todo parece indicar que en el último, el 2013, las cosas seguirán igual, con el agravante de que se trata del tristemente célebre “año político”, en el que el gobierno pierde el freno del gasto público para favorecer a su partido.
En ningún campo de la administración pública se ha logrado poner fin al caos, a la falta de coherencia y planificación, a la constante violación de la ley y a la impunidad de quienes lo hacen. La falta de rumbo, la incertidumbre y la opacidad han sido permanentes. Y con esto se explica el porqué la crisis general no solo se ha mantenido, sino que ha empeorado.
En lo económico, por ejemplo, a la falta de un estímulo real para la promoción de las inversiones y la producción, se ha sumado el creciente desorden en la administración pública que tiene actualmente al gobierno incapacitado incluso para pagar, en tiempo y forma, el respectivo salario de los burócratas o aportar los fondos que se requieren para cuestiones tan elementales y urgentes como insumos y medicinas para los hospitales. Ya el desfase presupuestario para este año es monumental.
Ese desorden administrativo, que ha contribuido a que se dispare el déficit fiscal, debido al incremento de los gastos –mucho de eso en la masa salarial– y al estancamiento y disminución de los ingresos –pese a todos los “paquetazos” aprobados–, ha convertido en una misión imposible el logro de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, lo que ha disparado peligrosamente la deuda interna al cerrar las puertas para el acceso a fondos externos.
Pero no aparecen por ningún lado señales de cambio, como lo demuestra el hecho de que en vez de disminuir los gastos ya el Poder Ejecutivo ha solicitado casi 20 mil millones de lempiras más para el presupuesto del próximo año y hasta desiste en el intento de poner orden a sus subordinados como cuando el presidente de la República anuncia que en 2013 será la banca privada, por medio de un fideicomiso, la encargada de pagarle a todos los empleados públicos.
Mientras los consejos, las advertencias de los expertos nacionales e internacionales caen en oídos sordos y la crisis global arruina la vida de millones de personas en el mundo desarrollado, la administración pública catracha sigue sin rumbo… a la buena de Dios.