La imaginación de los seres humanos no tiene límites y a eso se debe que ahora podamos disfrutar de comodidades que jamás tuvieron nuestros antepasados. En este momento, por ejemplo, estoy tecleando rápidamente un escrito que puedo hacer llegar inmediatamente a cualquier lugar del mundo y existe la posibilidad de que, con la misma rapidez, reciba comentarios sobre él.
Ahora bien, ese avance en las comunicaciones que podría contribuir a disminuir gastos no se está aprovechando como es debido. Solo así se explica que aumente constantemente el gasto corriente de oficinas gubernamentales que, utilizando adecuadamente la tecnología moderna, podrían funcionar con menos personal y con menor desperdicio.
Mis gastos de correspondencia se han reducido enormemente desde que no voy al correo todos los días ni tengo que usar papel y tinta. Lo mismo, pero en grande, debería de suceder en oficinas cuyo volumen de comunicaciones escritas y la necesidad de mantenerse en contacto con lugares lejanos es mucho mayor.
Otro ahorro considerable se puede lograr con el uso racional de los teléfonos y del “Skype” que permite tener conversaciones de larga distancia viendo la cara de los interlocutores. Por lo tanto, no se justifica que, ahora, nuestro gobierno gaste mucho más en correspondencia y viajes que en cualquier época del pasado.
En vista de las dificultades económicas que enfrenta nuestro país, lo lógico sería que nuestras autoridades hicieran énfasis en imponer medidas estrictas de austeridad, pero no es así. Es impresionante ver cómo se desplazan de un lado a otro los funcionarios gubernamentales que reciben jugosos viáticos y cómo se despilfarra dinero para llevar a cabo sesiones del Congreso Nacional en lugares remotos. Además, es absurdo gastar en propaganda, lo que podría dedicarse a inversiones de beneficio para todos.
Infinidad de proyectos de infraestructura podrían llevarse a cabo con fondos propios si se eliminaran los gastos superfluos que, en mi opinión, son demasiados.
¡Es inconcebible que, después de sufrir la vergüenza de una condonación por ser un miserable “país pobre altamente endeudado”, Honduras se haya vuelto a endeudar!
Esa es una muestra irrefutable de que los gobernantes que hemos tenido después de quedar solventes no supieron apreciar y aprovechar la oportunidad que se les presentó de evitar que nuestro país volviera a ser tratado como indigente. Si ellos son masoquistas, ha llegado el momento de demostrar que el pueblo hondureño no lo es.
Cualquier proyecto dudoso debe ser rechazado. La prudencia debe imponerse cuando personas ilusas llegan a convencerse de que han descubierto atajos para acelerar el desarrollo.
El interés exagerado por llevar a cabo
experimentos novedosos que nos exponen a riesgos innecesarios es una señal de peligro. Tanto en el Poder Legislativo como en el Ejecutivo, hay personas que consideran que la única esperanza para Honduras es crear pequeñas zonas de desarrollo. En su desesperación por hacer algo, se han obsesionado con esa idea y acusan de retrógrados a quienes señalan los motivos legales, financieros, sociales, ecológicos, políticos, de seguridad o de elemental sentido común por los cuales no es conveniente entusiasmarse tanto con un espejismo.
No es necesario un plebiscito para hacer sentir la voluntad de un pueblo pacífico y paciente cuya mayor aspiración es la de ser gobernado con sensatez y austeridad.