Idiocia es un trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida. Son engreídos, tontos, cortos de entendimiento y carentes de toda instrucción.
Debemos investigar si lo padecemos como una endemia o solo afecta a los que por viejas y malas mañas logran colarse como politiqueros. No políticos, puesto que serlo lleva implícito ser inteligente, prudente, condescendiente, tolerante, que tiene cortesía, urbanidad, arte, orientación e instrucción, que rige su actuación siguiendo determinada doctrina política.
Además, honestos, éticos, morales, capaces y nunca falaces. Conclusión, no tenemos políticos. Seguimos idiotizados después de 30 años “guiados” por los que recibieron todo y a cambio dieron su indiferencia y soberbia.
No todos padecen de idiocia, pero seguro es que son los menos y no llegan a cargos de decisión ni son tomados en cuenta por los gobernantes que nombran a los que sirven a sus utilidades personales, no a los que sirven a los intereses nacionales. Conveniencia o beneficio de la inmoralidad.
Los políticos no aprendieron ni nosotros como electores, continuamos aplaudiendo al que grita no al que habla, oímos sin escuchar y atendemos sin atender.
Los que ya gobiernan nos mienten todos los días desde que eran candidatos. Sabemos por constancia que no cumplen pero juran que sí, asegurándose un éxito inmerecido como si fuéramos idiotas y así nos tratan, hablan de logros y soluciones inalcanzables, de empleos creados en su imaginación para un pueblo que huye de su patria porque no los encuentra.
Igual hablan los actuales aspirantes a ser candidatos para lo próxima elección presidencial. Siempre el discurso pueril y taimado. Es tanta la futilidad que solo cambia el discursante y el énfasis que dan a su farsante promesa de cambio, que nunca cambia.
Aquí se jodió Heráclito de Efeso con su constante mutabilidad. Son todos “coprolálicos y verborreicos”. Dicen que harán pero no cómo. Son genuina expresión de esa idiocia que nos consume a todos, unos por omisión, como el pueblo crédulo que todo acepta, y otros, los politiqueros, incrédulos porque ni ellos mismos se creen, por comisión.
Vean los lanzamientos y observen a los segundones y arengadores, levitados, todos en éxtasis por las palabras de esos elegidos por el maligno de la mentira que engañan y dañan sin piedad a toda una nación necesitada de hombres serios y forjadores, no de ebrios por el poder y desmoralizadores.
No es cierto que los pueblos tienen los gobiernos que merecen, estoy convencido de que nosotros no meremos lo que tenemos ni tenemos lo que merecemos. No sé por qué seguimos creyendo en santos que orinan, cuando todos son lobos de la misma loma que nos zurran con su abuso e impunidad sin darnos fe ni esperanza de ese mañana promisorio que urgimos.
Ninguno ha sido ni es sincero, todos resolvieron su “futuro seguro” sin “agenda” ni “revolución moral” con un “poder ciudadano” que nos llevó a un “gobierno de la impunidad nacional”.
Nos hartan de mentiras, negándonos la verdad de su incapacidad y ante una colectividad sumida en el desánimo con una memoria distorsionada casi inexistente, los politiqueros aprovechan esa idiocia colectiva para ser más idiotas que la media. Eso explica todo.