Opinión

Mientras los politiqueros siguen prometiendo lo que de antemano se sabe que no cumplirán ya que para algunos no se trata de solucionar problemas sino de aparentar para que los eventuales votantes crean que pueden hacerlo, el terror al que los delincuentes tienen sometida a la población sí es una realidad incuestionable que se siente, se ve, se escucha, se sufre, por doquier.

Una muestra dramática, dolorosa, patética, de ese pánico que empeora más la vida de los hondureños se vio ayer al mediodía en la capital, particularmente en el bulevar Fuerzas Armadas, cuando dos mujeres presas del pavor se lanzaron en plena marcha de un busito “ejecutivo” que era asaltado por malhechores.

Una de ellas --identificada posteriormente como Ana María Escoto Rodríguez (43), candidata liberal a la vicealcaldía de El Porvenir, en este mismo Departamento-- murió al instante por los golpes recibidos al impactar con el pavimento. La otra resultó con algunas lesiones.

O sea que uno de los dos únicos partidos que han gobernado hasta ahora en Honduras pierde a una de sus candidatas a un cargo de elección popular debido al pavor que la criminalidad ha impuesto entre la ciudadanía honrada, lo que junto a la impunidad con que actúan los delincuentes se ha elevado hasta el paroxismo en el actual gobierno del Partido Nacional.

Mientras, miles de víctimas sufren a solas su miedo, ya sea ante la angustia de recibir la ya tristemente célebre llamada telefónica donde le comunican que a partir de la fecha tal tiene que pagar determinada cantidad de dinero (o que ha subido la cuota o surge otro “cobrador”), o de lo contrario pone en riesgo la vida y la de los suyos o porque la crisis económica que también sufre el país no le ha permitido completar el “impuesto de guerra”.

En la Honduras de hoy, esa que han moldeado los liberales, los nacionalistas y los militares, ya ni siquiera es válida aquella vieja expresión de que “quien no la debe no la teme”. Hasta el más inocente, puro, bueno, honesto, bien portado, respetuoso, corre peligro, incluso a veces mucho más que los corruptos y delincuentes de toda laya que han creado sus propios mecanismos de defensa.

Más que tácticas de propaganda Honduras urge de una auténtica política de seguridad, que priorice la investigación --es allí donde está la falla principal--, que de verdad se depure la Policía Nacional, el Poder Judicial y el Ministerio Público; que el combate integral de la delincuencia sea una realidad.

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