A los hondureños nos han pasado, y nos siguen pasando, cosas terribles, traumáticas. A todas las sociedades, a todos los individuos, les ocurren situaciones similares o peores.
Lo más grave en nuestro caso es que no aprendemos; es que los golpes no nos hacen reaccionar hacia la planificación, hacia la prevención, a fin de disminuir los impactos negativos futuros de los fenómenos naturales, sociales, económicos o políticos.
La semana pasada, ya de por sí trágica, ocurrieron dos hechos que ponen en evidencia, una vez más, esa triste realidad.
A menos de dos meses de la matanza de 13 reos en el mismo centro penal Sampedrano, donde en 2004 habían perecido calcinados otros 107 internos. Y a solo tres meses de una de las peores tragedias carcelarias en el mundo, que dejó 361 muertos en el penal de Comayagua, de nuevo se produjo un motín que se saldó con un muerto y una docena de heridos.
La raíz del problema: el nulo control que ejercen las autoridades en el penal; tanto que de nuevo los reclusos estaban armados, incluso con pistolas 9mm; se enfrentaron con sus compañeros coordinadores que hasta llegaron a la toma de rehenes. Las autoridades impedidos de actuar, de nuevo recurrieron a un líder religioso, que una vez más logró que se rindieran. Conclusión: nada se había hecho para retomar el pleno control del centro penal ya que los reclusos siguen armados y ejerciendo autoridad.
En el mismo campo de la inseguridad, la propuesta del Secretario del Interior, a su homólogo de la Secretaría de
Seguridad para que un porcentaje de los recursos captados por el polémico “tasón” sean invertidos en mejorar las cárceles del país, también exhibe de forma palmaria el caos, la falta de planificación, que nos mantiene en este desesperante círculo vicioso. Y es que esta petición confirma la preocupación expresada en este mismo espacio editorial cuando se discutía la aprobación del polémico “paquetazo”, diz que para la seguridad: ni siquiera se tenía –ni se tiene– un plan para invertir inteligentemente los nuevos recursos a fin de garantizar la tranquilidad de los hondureños.
Si así fuera, sin necesidad de que el ministro del Interior lo pidiera, ya el mejoramiento de los centros penales y los programas de prevención y rehabilitación estuvieran incluidos dentro de una verdadera política de seguridad a financiarse con los nuevos impuestos. ¿Hasta cuándo seguiremos en este desesperanzador círculo vicioso de tragedias, incertidumbre, desorden, desesperanza e inacción?