¿Alguno o alguna de ustedes ha hecho cálculos de cuánto le cuesta a los hondureños y hondureñas un mal gobierno?
Haga la prueba. Pásele su balanza, digamos, tan solo a 32 años de pesadilla de ejercicio “democrático” y le aseguro que podemos hacer una increíble fila de ladrones y pútridos “gobernantes”, desde el valle de Amarateca hasta la iglesia de Suyapa, por si desea imaginárselos avanzando de rodillas, a pedirle perdón a la Santa Patrona de Honduras por la secuela de sus desastrosos gobiernos en la que se vieron involucrados y continúan involucrándose, sin pudor alguno.
Hágase otro favor: explíquese el enorme daño que estos patriarcas de la incompetencia y corrupción le hicieron a millones de personas con su escuela autoritaria, antidemocracia, golpe a la autoestima e identidad nacional, entrega de la soberanía patria a fuerzas militares extranjeras, crímenes de lesa humanidad, desaparecidos, (como lo sucedido en la era suazocordovista). Además, apunte la falta de seguridad social, el sistema de justicia que seguimos teniendo y sobre todo, la adopción desde 1990 de un modelo económico deshumanizante y que hizo posible que estemos como estamos al sol de hoy y que hizo más ricos, indebidamente, a los ricos locales.
Esos personajes, algunos con perfumadas cartas de libertad etc., son los de siempre y no hay cantidad de dinero en el mundo que pueda resarcir ni una centésima parte del daño secular infringido a millones de personas muy pobres. Los que nos han “gobernado”, en este cruento camino “democrático” desde los años ochenta para acá, han sido un soberano fraude, un ‘’gato por liebre”, un chasco masivo clavado en nuestros costados para constituirse en una institucionalidad degradante, en donde la pobreza de muchos es el negocio de pocos ante quienes las aperturas a los cambios estructurales que permitan sacudirse más de cien años de olvido, no son permitidos, a menos que sobre estas callejas y callejuelas de Dios, no se murmure contra su poder insaciable y ególatra.
En un contexto crucial como el que vivimos, los mismos de siempre insisten en su consigna de empujar al país hacia una trampa en donde se diseña y practica mucha violencia de todo tipo, con la complicidad, por acción u omisión, de un gobierno desquebrajado como inútil. Haciendo uso de un discurso “democrático”, pero con factura fascistoide, su propósito es continuar metiéndonos más y más, en una vorágine de miedo y ablandamiento ideológico, con perfiles obviamente autoritarios.
Ellos apuestan por arrinconarnos a un clímax de fatalidad. El pueblo hondureño, por tanto, deberá encarar de este modo y nunca como ahora, ante tanta incertidumbre, la defensa de la alegría, como su bandera de lucha, tan vital, en estos tiempos, como la de sortear la inseguridad de la vida en las calles, así como la de pelear por un plato de comida en la mesa.