Opinión

Lentes nuevos para un nuevo Congreso

Para ser un país que cuenta muertes por docena, calamidades por centenas y corrupción por millares, la opinión pública se escandaliza de forma exagerada por pequeñeces y mucho menos por las grandes e importantes. Días atrás, los medios de comunicación se explayaron –con excesiva moralina- en detalles sobre los excesos suscitados en las sesiones preparatorias que sirvieron de escenario para la elección del Directorio Provisional y Directorio en propiedad del Congreso Nacional. El detalle con que se describió la jornada contrastaba con lo desprolijas que pueden ser las notas del quehacer legislativo cuando se tratan en ella temas sensibles de interés nacional o regional. En busca de la “primicia” o el titular altisonante, con frecuencia se soslayan (a veces a propósito, otras por descuido) aspectos clave de decisiones adoptadas, con irreversibles consecuencias para la percepción ciudadana sobre situaciones que son de su más caro interés.

No es la primera vez que ocurre algo así. En radioemisoras o programas de televisión, experimentados presentadores de noticias, moderadores o reporteros, suelen pronunciarse sobre dictámenes legislativos, nuevas leyes o rumores de la Cámara sin investigar antes su veracidad ni tener en la mano los documentos que sustenten sus argumentos. Esta práctica se extiende a más de uno de los variados “opinólogos” que abundan por ahí.

Sobre las jornadas legislativas de enero –recordemos que en los días previos al palique, el Congreso Nacional demostró a propios y extraños su peculiar eficiencia ante circunstancias políticas extremas- se ha hablado mucho más de las formas, pero muy poco del contenido. En esas tres semanas (las dos últimas del viejo Congreso y la primera del nuevo), correspondiendo a la inducción de emociones que se trasmitieron en vivo y a todo color, o desde la prensa (cada vez menos objetiva) se ha dado rienda a la explosión de sentimientos de asombro, indignación, ira, intolerancia, proveyendo excusas y justificación de más de un exabrupto. Pero también han sobrado el cálculo político, las excusas y las explicaciones frías, tanto del oficialismo (el sobredimensionado y el disminuido) como de la oposición (la tradicional y la emergente). Sin espacio para ingenuidades, aunque alguno las aparente.

Al instalarse la nueva legislatura, era evidente que el contexto exigiría diferentes maneras y modos de hacer las cosas. Los votos insuficientes para lograr mayoría simple, similar a Congresos de los años 20, 50 y 81 del siglo XX, o el 2002 y 2006; la composición variopinta, partidaria y societal, equilibrada en proporciones; la persistente polarización, a pesar de eslóganes gubernamentales y electorales; así como la animosidad de los nóveles ocupantes de la vieja Cámara (que sobrepasan más de 70, sin sumar a suplentes) se conjuntan para hacer de la conducción de los debates una tarea habilidosa, de buen tino y escucha activa.

Esta es una Asamblea Legislativa distinta a otras y habrá que cambiar de lentes para observarla bien. De sus actuaciones depende que utilicemos telescopio, gafas o microscopio.