Opinión

La reacción, una regla

Desafortunadamente en Honduras debemos acostumbrarnos a que quienes dirigen los destinos del país piensen únicamente en administrar crisis y dicho sea de paso a mal administrar las crisis.

Es común observar un gobierno reactivo, dice presente cuando las circunstancias lo obligan. Los gobernantes son amigos de la improvisación y fácilmente responden a hechos que bien pudieron prevenir.

Se entrega con entusiasmo a la excepción, pareciera que poco le interesa la regla, no invierte esfuerzos en planificación y programas para advertir consecuencias que incluso vienen a terminar con vidas humanas.

Desde ya días se conoce el estado calamitoso al que se somete a los privados de libertad en los distintos centros penales del país y no se demuestra voluntad e interés para adoptar una verdadera política de rehabilitación penal.

No quiero creer que a pesar de los 361 reclusos que perecieron incinerados en la granja penal de Comayagua no haya una reacción organizada de quienes toman las grandes decisiones en la nación. En vez de correr a auxiliar a los familiares de las víctimas, que es humano hacerlo, no creen que sería menos grosero prever accidentes como el de esa magnitud y contáramos en pleno siglo 21 con centros penales seguros, sin armas, sin drogas y sin catedráticos del crimen que hacen grandes negocios a costa de los que guardan prisión .

Son expertos en calcular las consecuencias que les traería el tomar una decisión, para muestras otro ejemplo, desde que me trasladé de mi querida Choluteca a la capital, en la década de los ochentas, observo el funcionamiento de los mercados en Tegucigalpa y Comayagüela y nadie ha querido enfrentar con responsabilidad ese eterno problema.

Varios son los incendios que se han registrado han causado luto, dolor, desánimo, enormes pérdidas económicas y la situación sigue como esperando que la tragedia sea mayor.

Sobran manos después de los incidentes, los políticos, los empresarios, incluso nosotros los periodistas nos desbordamos con solidaridad para las familias damnificadas; medio les solucionamos la necesidad de alimentos quizá para sus familias, pero allí nomás. De mercado persa se convirtió en un mercado de votos, de ganar voluntades, a cual mejor aspirante a cargo de elección popular llega a ofrecer esto o aquello a los pobres perjudicados, incluso algunos se pelean por el protagonismo ante el dolor de los afectados.

Surgen voces, iniciativas sensibles, consecuentes con la realidad de los locatarios, de los desesperados vendedores de mercaderías, pero eso solo sería una demostración de solidaridad, como bien dice aquel que no tiene un empleo permanente, pan para hoy hambre para mañana. Pero ¿dónde está una política dirigida a quienes se convierten el en motor de la economía informal en el Distrito Central? No se ve por ningún lado.

Claro, no conviene porque para épocas electorales poco o nada se podría hacer para aparecer de nuevo en un cargo de escogencia popular.

El paternalismo aumenta, este a veces se convierte en populismo, crece cada vez que hay un accidente, los afectados se están acostumbrando y no reparan que
a estas alturas deberían de contar con centros comerciales más humanos, dignos de personas que han entregado toda su vida para mantener sus familias.

No se pasa de activar las alarmas, de reaccionar ante un tragedia, de identificarse con quienes sufrieron por una inundación, por un incendio pero sigo esperando una solución definitiva tanto en las cárceles como en los mercados.

Lo mismo puede ocurrir en los hospitales del país, muchos de estos ya cumplieron su función, varios son inhumanos, estamos a las puertas de otra tragedia.

Ya se registró una advertencia en las instalaciones del Seguro Social en San Pedro Sula. Las autoridades pareciese que no reparan, se están preparando para reaccionar cuando hallan más muertos y más pérdidas económicas.
Como dice un sacerdote amigo: que Dios nos agarre confesados.