Opinión

La popularidad de lo incorrecto

Hacer lo correcto tiene siempre su recompensa. A veces lenta, a veces imperceptible, pero siempre, la recompensa llega como producto de una ley natural, como resultado de una promesa.

Hacer lo correcto es siempre lo mejor. A pesar de que en el corto plazo sus beneficios no se detecten o no se perciban. Siento que estamos obligados a alcanzar esa confianza, estamos obligados a ver esa realidad con fe, convencidos de que la actuación correcta, es también y siempre, el único camino que provoca vida, realidad y bien.

Frente a la demanda de hacer lo que corresponde, tendremos siempre alternativas como dilatar, dejar en suspenso, mentir o hacer lo conveniente, no lo correcto, solamente lo conveniente.

Y lo conveniente se reduce siempre a recibir una satisfacción superficial y tempranera, a quedar contento con lo ocurrido en el corto plazo, cerrando los ojos al hecho ineludible de cometer un error, de provocar un daño o trasladar a otros un problema agravado, agrandado, que implicará, sin lugar a dudas, más sacrificios.

Y vivimos esta realidad cada día: minimizando una actuación equivocada de nuestros hijos solo para ganar tranquilidad propia; gastando hoy lo que no tenemos, pero recibiendo el beneficio de una pequeña satisfacción, haciendo concesiones y otorgando subsidios comprando una paz superficial y pasajera, a pesar de que la golpeada economía nuestra no lo permite. Atacando sectores buscando popularidad, pero alejando con ello la posibilidad de crear un ambiente de paz, de estabilidad y con condiciones de progreso.

Lo hacemos todos los días, lo hacemos cada día. Nos decidimos por lo conveniente sin hacer lo que es verdaderamente correcto. Nos quedamos con el corto plazo, preferimos la satisfacción inmediata. Nos hundimos en un mar de incertidumbres, de malas decisiones, de temas pospuestos. En el ámbito puramente político, hay quienes le llaman populismo. La popularidad de lo incorrecto, la herramienta de los irresponsables.

El tiempo marcará siempre la diferencia. Hoy, por ejemplo, agradecemos los sacrificios realizados por el presidente Ricardo Maduro. En su momento se le señaló duramente, se le castigó con críticas y se le tildó de políticamente irresponsable. Hoy aplaudimos su heroísmo y extrañamos con melancolía su mandato.

Reconocemos que las circunstancias fueron totalmente distintas, sin embargo, la decisión por lo correcto en lugar de lo únicamente conveniente, rindió frutos extraordinarios para Honduras. La reducción dramática de la deuda externa, la estabilidad política y económica y las señales de actitud responsable, se materializaron finalmente en nuestro mejor momento como nación, con inversiones, con empleo, con posibilidades reales de reducir significativamente la pobreza, con identidad, democracia y paz interna.

Luego de ello, el retorno a las decisiones políticamente convenientes terminó con mucho de lo ganado. El aplauso sin conciencia, el reconocimiento sin valor, el abrazo interesado, pesaron finalmente más como búsqueda y pagamos un precio como nunca antes. Destruimos mucho de lo consolidado con tantos sacrificios, casi obligados a comenzar de cero. Casi obligados a sacar fuerzas de donde casi no quedaba ninguna y emprender el camino para seguir adelante.

Desde allí partimos en el 2010. Complicados, cansados, pero aún con esperanzas. Y aquí seguimos esperanzados. Con la idea de que lo correcto es siempre lo mejor, a pesar de no provocar aplausos.

Convencidos en la necesidad de cambiar, de ser agresivos, de luchar cada día. Convencidos también de que trabajar ocho horas diarias no es suficiente frente a la magnitud de nuestras demandas internas, que la ortodoxia es solo buena si es capaz de tocar la vida de los hondureños y que el sacrificio es una ruta casi obligada para lograr avance. Lo correcto es siempre lo mejor. Aunque a veces duela.

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