Opinión

La gloria de la Resurrección

La noche caía lentamente, aún se hablaba en la ciudad de David, de los acontecimientos que sacudirían al mundo entero. Los guardias romanos ejercían su influencia de forma militar, no permitían que ninguna persona cercana al muerto se acercara a la tumba horadada en piedra y sellada; cualquier curioso era intimidado alejarse.

La multitud como loca, enajenada, motivada por el fanatismo religioso decidió dar muerte como criminal a aquel que años atrás había sanado a personas que cojeaban, que dio la visión a ciegos de nacimiento, que curaba hemorragias; ahora aquel yacía en la tumba fría.

Había pregonado a los cuatro vientos que era el hijo de Dios, ese Dios que los israelitas conocían como YHWH, que había demostrado su poder sobre tormentas, alimentado a millares con unos cuantos peces y panes y que había levantado de la tumba a personas reales que vivían en Galilea; ahora está tendido, cubierto su cuerpo con un manto y preparado con especias.

Mas, si había muerto como criminal y entre criminales, ¿por qué estaban custodiando su cadáver? Sencillamente, él había proclamado su propia resurrección. Custodiaban aquel lugar porque los líderes religiosos de la ciudad temían que su cadáver fuera robado y que sus discípulos proclamaran que había realizado el acto de la resurrección.

El pueblo judío estaba acostumbrado a que sus profetas resucitaran personas que habían estado en contacto con ellos como Elías, quien resucitó al hijo de la viuda en donde vivía; su amigo y seguidor Eliseo, también resucitó a un niño y sus huesos levantaron al difunto que pusieron a su lado.

Este mismo profeta que fue clavado había levantado al hijo de la viuda, a la hija de Jairo, a su amigo Lázaro y él había proclamado que en el tercer día a partir de su muerte se levantaría entre los muertos.

Un estruendo provocado por un terremoto y una brillante luz hizo que los valientes guardas romanos se atemorizaron como niños, ni su formación militar ni las tantas batallas que habían experimentado les dieron la fuerza para contener su miedo, huyeron con mucho pavor: el que había predicho su resurrección ahora estaba con vida nuevamente.

La resurrección de nuestro Señor Jesucristo es la base en donde la religión cristiana tiene sus cimientos, es este argumento que permite que millones de personas abracemos la fe, es este misterio llamado así por las religiones que permite que los hombres y mujeres ejerzan fe y que tengan esperanza, recordando que su muerte solo es el principio de la vida, porque la promesa de la resurrección está ahí con mucha vida, dando vida a la espiritualidad de los seres humanos.

Y es que la muerte ha ejercido su reino de terror y miedo, dando al hombre solo sombras sin esperanza, filosofando que “debemos de comer y beber y hacer lo que queramos porque de todos modos siempre moriríamos”, seas bueno, seas malo, ninguno de los dos tenía esperanza, éramos carnada de la muerte.

Mas, si nuestro Señor venció la muerte, la humanidad se beneficiaría desde ese momento y hacia la eternidad con dicha fe, su vida tendría sentido, ahora podríamos vivir para obtener el premio prometido.

La muerte estaba vencida, rotas sus cadenas, destruido su aguijón; la luz de la redención a través del martirio en el Gólgota alumbraba a la humanidad que saldría de la oscuridad, de esas tinieblas que conducían a la misma humanidad a las puertas del oscuro agujero que Hades tiene preparado para cada uno de los que vamos naciendo y feneciendo, cumpliendo el ciclo común del hombre y que al final yacería enterrado por siempre en el seno de la tierra, cumpliendo el mandato: “polvo eres, al polvo volverás”.

La luz iluminó la negra oquedad en donde había yacido el cuerpo del martirizado; ahora, con la plenitud, volvía a la vida con poder y gloria, dando a la humanidad la oportunidad de obtener su luz con el simple acto de creer, porque la fe era la base primordial para edificar la iglesia que tendría como cimiento a Pedro y demás apóstoles; sin embargo, fue Pablo, el fanático fariseo que nos encaminó al declarar a los gentiles o paganos (se les denomina así a los que no son judíos) la gloriosa esperanza de la resurrección. Vivamos como seres que hemos nacido de nuevo y sea la resurrección de nuestro Señor Jesucristo la piedra angular para nuestra vida en la fe. ¡Vive, tú que eras muerto en vida!