El martirio de Alejandro Castellanos y Carlos Pineda ha salvado y salvará sabe Dios qué número de vidas. Y ayudará también a que muchas muertes no queden en la impunidad.
Ha dejado al descubierto la existencia de criminales que abusando de uniformes y autoridad han manchado a la Policía Nacional. Y cómo los policías responsables, la mayoría, han estado arrinconados por esos sus colegas proclives a la criminalidad. No vacilaron en cruzar la fina línea entre la ley y el delito, relegando su deber de combatirlo. ¿Era esa la práctica de eliminar estorbos?
A diario vemos desde hace mucho tiempo, casos similares, los que a fuerza de ser cotidianos y de compatriotas desconocidos nos impresionan los segundos en que le damos vuelta a la página del periódico, pulsamos la computadora o saltamos a otro canal televisivo o emisora radial.
Es cuando toca el hogar de una figura pública cuando la sociedad parece ser sensibilizada por el deber impostergable de hacer algo, de detener la espiral de violencia que está cercenando la paz y el potencial de la nación hondureña. Pero un tiempo después todo sigue igual. Esta vez es diferente.
Una de las madres con su vida desgarrada, fiel imagen de La Dolorosa, es una de las ciudadanas que concita respeto y credibilidad en tiempos en que de tanto ser defraudados ya no creemos en casi nadie.
Es falso que por tratarse de la relevancia del cargo que desempeña es que los órganos operadores de justicia parecen ir en vías de descubrir y condenar la confabulación que acabó con estas vidas valiosas. O más aun, de exhibir y erradicar la descomposición de la institución policial. Al contrario, la intención de ocultar a los culpables, por mal entendida solidaridad, por visos de complicidad o manifiesta negligencia, ha sido neutralizada por la valentía y determinación probadas de Julieta Castellanos.
No es otra madre doliente, es una humanista real y comprometida de siempre con el bien común. Con un profesionalismo reconocido nacional e internacionalmente, sobresale en su trayectoria su lucha constante por el adecentamiento de los órganos garantes de la seguridad ciudadana.
El dolor ha convertido a Julieta Castellanos en esperanza. Le hemos quitado el derecho a llorar a su muchacho para que vele por la seguridad de los nuestros. Qué Dios la acompañe y nosotros también.