Como ya es costumbre, nos encontramos nuevamente frente a un hecho de indudables pretensiones geopolíticas. Partimos del presupuesto que todo hecho o situación que incita a pretender territorio ajeno usando vocablos elaborados con falta de realismo político es de por sí una fuente de agresión. Nadie nos puede indicar, y menos en el mes de la Patria, cómo manejar nuestra soberanía, la cual se manifiesta por el ejercicio de nuestras autoridades sobre el espacio geográfico nacional (continental, insular, marítimo y aéreo) mediante actos jurisdiccionales incontrastables.
Mucho se ha escrito, en los últimos años, sobre el caso de la isla Conejo, a tal punto que prácticamente nada puede agregarse que permita inferir otra conclusión que no sea la justicia y razón de los inalienables derechos de Honduras sobre la integralidad de ese estratégico territorio insular.
La isla Conejo es, ha sido y seguirá siendo hondureña, como lo demuestra además su contigüidad geográfica y geológica del territorio continental, ya que esta se encuentra apenas a unos 600 metros del departamento de Valle, al que administrativamente pertenece; nunca fue parte de la controversia que las necias autoridades del país vecino promueven y que aún no aceptan la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, la que quedó firme luego de la solicitud de revisión, declarada inadmisible por la misma Corte en el 2002. Dejemos ya a un lado la posición más cómoda adoptada, de dejar pasar el tiempo, tratando de que la cuestión no afecte las relaciones bilaterales; enfrentemos con valentía la realidad, considerando las pretensiones nada amistosas recién mostradas.
En tal sentido, es imprescindible una permanente presencia de la Fuerza Naval en la isla, asegurando para siempre su soberanía al país. Se trata de actuar con la firmeza necesaria en defensa de nuestros intereses puestos en peligro, no podemos en ningún momento permitir que se repita lo de las islas Meanguera y Meanguerita, las que perdimos por confiados con el “hermano país”. En lo posible debemos reforzar nuestro derecho soberano mediante una efectiva y permanente colonización, a través de la radicación de familias hondureñas, de las muchas que desean una parcela para hacer su vivienda y vivir dignamente. Para el cumplimiento de este objetivo, es posible poner en movimiento mecanismos estatales, así como continuar enfáticamente una línea dentro del marco de las Naciones Unidas que garantice se cumpla totalmente la sentencia de la Corte Internacional de Justicia y ya no exista más ese clima de pasividad y lentitud calculada a la que son tan afectos y hábiles los vecinos.
Y para que no exista ninguna duda o vacilación en lo que nos pertenece, deseo recordar enfáticamente que son parte integral de Honduras las aguas interiores y las islas, islotes y cayos en el Golfo de Fonseca que histórica, geográfica y jurídicamente le corresponden, siendo las principales islas: Zacate Grande, del Tigre, Güegüensi, Isla Exposición, Conchagüita, Martín Pérez, Zacatillo, Garrobo, Ratón, Pájaros, Caracolito, Almejas, Isla Perico, Violín, Inglesera, Chuchito, Coyote, Comandante, La Vaca, Matate, Santa Elena, Tigritos, Conejo, Ilca, Sirena, y los islotes Las Pelonas, Tres Puntas, Las Islitas. Este conocimiento geográfico e histórico debe plantearse su revisión para su acrecentamiento tanto en la enseñanza primaria, secundaria y universitaria, sin excepción. Es obligatorio insistir hasta el cansancio que nuestro territorio, continental e insular, el espacio aéreo y el espacio marítimo son una realidad cierta, y es la única divisa que debemos asumir todos los nacidos en este espacio geográfico que se llama Honduras.
Para finalizar, todos los hondureños debemos gravarnos en nuestra mente y recordar siempre esta sentencia: una nación que no quiera ver comprometido su futuro debe cuidar tres factores instrumentales dadores de poder: sus recursos naturales, sus puertos y su situación geográfica relativa respecto a sus vecinos. Nuestra soberanía no se puede negociar, ni tampoco escuchar a caballos troyanos casuísticamente autodenominados pacifistas.
El símbolo de la soberanía nacional es la Bandera azul y blanco con cinco estrellas, izada, flameando en todo el ámbito territorial y nadie puede impedir que ésta así se mantenga.