El 17 de diciembre evacuaron Irak las últimas tropas estadounidenses de combate, tras nueve años desde la invasión y ocupación de la antigua Mesopotamia en el 2003, precedida por ataques aéreos en alianza con Gran Bretaña.
Oficialmente perecieron 4,483 soldados y oficiales estadounidenses, en tanto 32,226 fueron heridos, debiendo agregarse a esta cifra a aquellos que retornan a su país con traumas psicológicos provocados por los horrores de la guerra.
Más de 100,000 iraquíes perecieron producto tanto de los combates contra los ejércitos de la coalición occidental como de la guerra fratricida que los enfrentó por razones religiosas y étnicas. A esta cifra podrían incluirse las 300,000 bajas producto del enfrentamiento con Irán entre 1980 a 1988, cuando Sadam Hussein era firme aliado de Washington en la alianza de conveniencia entre ambos en contra del régimen del ayatola Komeini.
Pero Irak, devastado y semidestruido, está lejos de haber encontrada la elusiva paz y reconciliación. De hecho, el potencial para un recrudecimiento de la violencia sectaria está hoy más intacto que nunca, dado el histórico antagonismo entre la mayoría chiita, hoy en el poder, y la minoría sunita, tradicionalmente en control del poder y la riqueza.
Adicionalmente, la minoría kurda aspira a controlar la riqueza petrolera existente en sus territorios, tema que aún no ha logrado ser resuelto de manera equitativa.
Por una de las ironías de la historia, el gran beneficiado con el retiro de las tropas estadounidenses es el vecino Irán, cuya influencia política-religiosa entre los chiitas iraquíes crece de manera notoria, lo que provoca alarma entre sus vecinos árabes, al punto que el régimen saudita insinúa la posibilidad de equiparse con armamento nuclear para contrarrestar el supuesto arsenal atómico iraní.
El presidente Obama ha honrado una de sus promesas de campaña: el retiro de las tropas, en una guerra heredada de su predecesor, George W. Bush, y que crecientemente se tornó impopular entre los estadounidenses tanto por haber empleado mentiras para el ataque inicial (presencia de armas de destrucción masiva y alianza entre Hussein y Al Qaeda) como por los gigantescos costos que incidieron en el déficit presupuestario y en el debilitamiento de programas sociales internos.
Una de las tantas lecciones derivadas de este prolongado y brutal conflicto es que ninguna nación, por poderosa que sea, puede permitirse actuar de manera unilateral y arrogante en el mundo globalizado de hoy.