Opinión

Por mal entendida identidad con el sistema democrático, por ignorancia, por falta de escrúpulos o por lo que sea, se ha casi invisibilizado la culpa del estamento político, en la tragedia que es la educación pública en nuestro país.

Tragedia, tal ha sido adjetivada por Amable de Jesús, alcalde excepcional hoy y a través de la historia de Honduras. Tragedia de la que su determinación y la de sus habitantes han rescatado a la niñez de Colinas, Santa Bárbara.

O sea que cuando se quiere se puede. Precisamente, por absurdos resabios ideológicos o por la sandez o perversidad con que en ocasiones se forma la opinión pública, se descarga toda la responsabilidad de la formación antidesarrollo que padecemos, solo en la dirigencia magisterial. Como si fueran los únicos exponentes del dolo con que se rompe la garantía constitucional a la educación.

Y se exime a un segmento político partidista, infame, aun cuando reproduce los mismos patrones de degradación, indignidad y codicia. Si son igualitos. Son coautores del pecado cometido al negarles, a los futuros dirigentes del país, una instrucción de calidad.

Una educación acorde a los desafíos de un mundo moderno altamente competitivo y en el que nos marca la desventaja. Y siguen sorprendiendo: cómo se brinda especial cuidado a la imagen de los politiqueros que exigen favores de diversa índole ¡para otorgar una plaza! Nada trasciende en medios de comunicación. Como si fueran inventos. Pero todo mundo sabe quiénes son, quiénes fueron y quiénes les protegen. Y por qué.

Dispuestos a hacer lo que sea dentro del sistema educativo o en el sistema electoral, resultan imprescindibles para caciques y aprendices de los partidos políticos, para arriarles votos.

Y así, cómo les vamos a creer que quieren transformación? A denunciar a los politiqueros, como a los dirigentes magisteriales. Similar daño hacen.

El ministro Escoto debe hacerlo, ahora que el presidente Lobo parece decidido a adecentar la educación. Si son del partido de uno, mejor.

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