Opinión

¿Fallido o en transición?

¿Es Honduras En estado fallido o próximo a serlo o un Estado en transición hacia una refundación? La interrogante surge de las múltiples sugerencias por parte de políticos y analistas nacionales. El concepto clave por valorar es “Estado fallido”, porque el alcance que le atribuimos al mismo es lo que define bajo qué categoría interpretaremos el fenómeno.

La CIA, en su interés en desarrollar modelos que le permitieran predecir Estados fracasados y por ende riesgos para la seguridad internacional y de Estados Unidos, comisionó el estudio que en 1995 introdujo el concepto de Estado fallido. Fueron tres los indicadores identificados como los que permitían diferenciar entre lo que sería un Estado estable y uno fallido: mortalidad infantil, apertura de mercado y nivel de democracia.

En la actualidad, Estado fallido es un concepto controversial y cuestionado. Puede significar desde si un Estado mantiene el monopolio del uso de la fuerza en su territorio, como si el Estado puede cumplir con los objetivos que el mismo Estado ha proclamado, como son seguridad, salud y educación. Y es que es fácil definir Noruega como un Estado estable y a Somalia como uno fallido. El problema está entre los extremos: ¿es acaso Colombia un estado fallido porque en su territorio operan las FARC? ¿Cómo considerar a México dada su elevada conflictividad con grupos armados? Bajo similares criterios, ¿hay justificación para que alguien califique a Honduras como tal? Solo mediante el uso ligero y sesgado del término se podría proponer tal cosa.

Lo que parece acontecer es el agotamiento de un esquema socioeconómico y político definido en la transición de regímenes militares a civiles por la Asamblea Nacional Constituyente de 1980-82. Democracia representativa de corte liberal fue el sistema político electoral instituido y en lo socioeconómico un esquema de economía mixta. Después de un cuarto de siglo de resultados insatisfactorios para la generalidad de la población, el país está ante una encrucijada en la cual los problemas crónicos de la económica nacional, la falta de seguridad personal, el desempleo, el bajo nivel de desarrollo relativo, la falta de efectividad de las instituciones públicas, la inequidad social y la percepción de elevada corrupción e impunidad, han hecho mella en la confianza ciudadana en el sistema mismo. Esta situación ha sido aprovechada, tradicionalmente, por políticos y partidos con capacidades de acomodamiento o transformación personal e institucional sorprendentes, pero que al final han sido más cambios de forma que de fondo.

Habrá quienes consideren que se trata más bien de un desprestigio temporal del sistema y que ajustes en el mismo combinado con cambios de personas pueden revertir la situación. En esencia creen en la capacidad de regeneración del sistema y buscan una renovación más que un cambio. Otros, por el contrario, consideran que el sistema está agotado, que su permanencia solo resultará en más de lo mismo y que la forma de cambiar la situación es cambiando el sistema. Mientras unos hacen énfasis en los avances y logros alcanzados, los otros destacan lo malo y las carencias de hoy y lo bueno que será.

Honduras no es un Estado fallido, es un país en transición entre sistemas. No es cuestión de cambiar el modelo económico o las formas de hacer las cosas, se habla de un marco institucional y pacto social nuevo. La pregunta es: ¿cambio en qué dirección? ¿Vamos hacia un nuevo sistema democrático liberal, democrático social, humanismo cristiano o socialismo del siglo XXI? La elecciones de este año nos indicarán hacia dónde se dirige.