Cruel destino el de la niñez y juventud hondureña: la falta de oportunidades, el desempleo, la desintegración familiar, la indiferencia estatal y la de sectores sociales medios y altos se conjugan para pretender que sus graves y seculares problemáticas, que se agudizan con el paso del tiempo, son inexistentes.
Hoy, de forma por demás dramática, nos gritan, tanto los que permanecen en su país, como aquellos que han optado por abandonar Honduras, no solo que forman parte integrante de la nacionalidad, pero además que sus demandas son a la vez puntuales y exigen soluciones de fondo, no solamente cosméticas.
Y si actualmente su predicamento finalmente merece atención nacional e internacional es por el hecho de que miles de ellos, sea para reencontrarse con sus familiares viviendo en Estados Unidos, sea para escapar de la violencia y presiones de las maras para integrarse a ellas, han optado por abandonar su patria para lanzarse hacia lo incierto y desconocido, solos o acompañados, recorriendo miles de kilómetros para eventualmente alcanzar la “tierra prometida”.
En el recorrido son objeto de recelos, abusos, violaciones, secuestros, asesinatos. Aquellos afortunados que logran ingresar a suelo estadounidense son esperados por la Guardia Nacional y la Patrulla Fronteriza para ser internados en instalaciones cada vez mas abarrotadas que carecen de condiciones adecuadas de alojamiento, previo a su deportación.
Washington ha sido claro: ni ellos, ni sus acompañantes son bienvenidos, a pesar que Estados Unidos es una nación de inmigrantes procedentes de los cuatro confines del planeta que, con su trabajo, talentos, habilidades, diversidades culturales y étnicas, forjaron la grandeza de esa república.
Aunque se autoproclama como la república que es el imperio de la libertad y los derechos humanos, el gobierno federal está endureciendo aún más su legislación migratoria a fin de modificar o abolir la Ley de Reautorización de Protección de las Víctimas de Tráfico de Personas a efecto de que los migrantes arrestados, cualesquiera sea su edad, no tengan ya el derecho al debido proceso y sean deportados de inmediato a sus países de procedencia, en un término no mayor de siete días. Ello lo que logra es impedir la reunificación de nucleos familiares hoy disgregados por las circunstancias y la geografía.
Durante los días 16 y 17 del corriente se realizó en Tegucigalpa la Conferencia Internacional sobre Migración, Niñez y Familia, con el objetivo específico de “diseñar una política regional para atender la crisis humanitaria generada por la huida de miles de niños no acompañados”. Nunca es tarde para analizar las diversas causales de esta compleja realidad.
Es de desear que las conclusiones a las que se llegue no permanezcan en el limbo de las buenas intenciones, como enunciados meramente teóricos, como un ejercicio académico: deben servir de punto de partida para adoptar políticas y estrategias tanto de corto como de mediano y largo plazo, ya que se trata de una realidad estructural no meramente coyuntural.