El nuevo aniversario de la independencia encontró ayer a Estados Unidos con una alarma mundial de medidas de seguridad extremas ante una “amenaza creíble” de la red Al Qaeda de Osama bin Laden, con la obviedad del fracaso de las “guerras preventivas” en Irak y Afganistán, con una grave crisis humanitaria de niños inmigrantes y con un presidente maniatado por la visceral oposición de la ultraderecha republicana en el Congreso.
El temor a un nuevo ataque terrorista, como aquel del 11 de septiembre de 2001, solo reafirma lo que prácticamente desde el principio advirtieron los sectores más lúcidos de la propia superpotencia y del mundo: que ni las invasiones de Irak y Afganistán ni los asesinatos selectivos de supuestos terroristas y muchos menos las torturas y la violación de la ley internacional tenían la capacidad de hacer de Estados Unidos un lugar más seguro. Al contrario, que el riesgo más bien podía aumentar.
Irónicamente, lo que ahora ha causado alarma es el peligro de que combatientes contra el régimen de Bashar al Asad en Siria, con pasaportes europeos –que no necesitan visa para entrar a Estados Unidos– introduzcan bombas indetectables para los sistemas tradicionales que ha logrado construir la red Al Qaeda.
Aquí hay más ironía. Ni los ataques del 11-S ni los fallidos intentos posteriores fueron cometidos por personas que ingresaron indocumentados a Estados Unidos. Tampoco se teme que los del futuro lo sean. O sea que de la misma forma en que los guerreristas se equivocaron de cabo a rabo al creer que la guerra, la ocupación, el despliegue de la fuerza militar, haría de Estados Unidos un país más seguro para vivir, también lo hacen los radicales que en el Congreso y en otros sectores estadounidenses ven a los inmigrantes ilegales como enemigos y un riesgo para la seguridad de la superpotencia.
Y han sido esas posiciones extremistas las que han bloqueado todos los esfuerzos de los demócratas encabezados por el presidente Obama para que finalmente se apruebe una nueva ley de Migración que enfrente la realidad de más de una decena de millones de personas que residen en calidad de indocumentados, pero que en vez de representar un peligro contribuyen de diversas formas al engrandecimiento de esa gran nación.
Una ley migratoria humanitaria seguro hubiera evitado la actual crisis de los miles de niños centroamericanos, que llegaron indocumentados y sin la compañía de un adulto.