Opinión

El retorno del PRI

Las autoridades electorales mexicanas confirmaron ayer lo que ya se había anunciado desde el mismo día de las elecciones del pasado domingo: el PRI retorna al poder en México, después de que hace doce años perdió la hegemonía mantenida durante siete décadas.

Para lograrlo, el vetusto partido, artífice de la “dictadura perfecta”, como la llamó Vargas Llosa, hizo uso de un rostro mediático, cronológicamente joven, aunque, según todos los indicios, recurrió a las viejas jugarretas como poner a su favor a los principales medios de comunicación y empresas encuestadoras; pero también a la coacción y a la compra directa de votos.

Pero nadie duda de que para lograr el 38.21% de los votos, el PRI -representante de la derecha nacionalista post revolucionaria- contó con la frustración de los mexicanos con los dos gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN), de la derecha neoliberal, principalmente con el actual, que a los incumplimientos de Fox agregó su fallida “guerra contra los narcos” que más bien ha elevado hasta el paroxismo la violencia y la inseguridad.

La suerte está echada. Más allá de las amenazas del candidato de la coalición izquierdista, Andrés Manuel López Obrador, de que impugnará las elecciones ante la última instancia que le queda, el virtual presidente electo es Enrique Peña Nieto, que en el conteo final superó con solo el 6.62% al aspirante izquierdista.

La impresión que queda es que mientras en la mayoría de los países latinoamericanos el tradicional bipartidismo ya ha sido superado o está en vías de serlo, en México, precisamente ha comenzado con el PAN y el PRI.

Sin embargo, tras dos malos gobiernos del PAN, en parte por el obstruccionismo legislativo, el PRI deberá demostrar en el sexenio que comienza el próximo 30 de noviembre que realmente ha cambiado, que puede hacer un gobierno efectivo, honesto y para beneficio de la mayoría de los mexicanos, con las reglas de la auténtica democracia.

De lo contrario, no solo perderá rápido el poder sino que dejará morir el débil bipartidismo derechista para ventaja de la izquierda -que se consolida como principal partido de oposición- y del activismo juvenil, que ya ha demostrado su creciente poder y su intolerancia hacia las imposiciones, las triquiñuelas y la mercantilización de la política.