Opinión

El pueblo ha decidido

Por tercera vez, el resultado electoral le ha sido favorable al Presidente Hugo Chávez, quien dirige los destinos de su país --por la vía del voto ciudadano--, desde 1999, lo que significa que --de no interponerse la muerte (o un referendo revocatorio a mitad del mandato, como lo establece la Constitución de Venezuela)--, su nuevo mandato concluirá a principios de 2019, lo que representa dos décadas de ejercer el poder.

Las bases de apoyo a Chávez se ubican entre los sectores marginales e históricamente excluidos, urbanos y rurales, beneficiados durante sus períodos con programas de inversión social en vivienda, tierra, control de precios alimenticios, salud, buscando incluirlos de manera participativa en el proceso político.

Así, pese a los graves problemas que aquejan a la población, --que van desde la inseguridad y violencia delincuencial, inflación, corrupción estatal, acaparamiento de bienes, interrupciones frecuentes en la energía eléctrica, la utilización del territorio para el envío de drogas hacia Estados Unidos y Europa, con escala en el Caribe y Centroamérica, hasta la polarización por razones ideológicas--, Chávez aún conserva el respaldo mayoritario de sus compatriotas, si bien en porcentajes decrecientes.

El “fenómeno chavista” encuentra sus raíces en la tradicional indiferencia de la clase dirigente venezolana y de los partidos políticos tradicionales en atender las graves y complejas necesidades insatisfechas de los de abajo, lo que se tradujo en una creciente deslegitimación del sistema de gobernabilidad y, paralelamente, la alienación y repudio de amplios sectores sociales, creándose un vacío de liderazgo y de credibilidad, denunciado y aprovechado por Chávez y sus seguidores.

Este resultado electoral trasciende a Venezuela para proyectarse al continente. Ello es así por varias razones: la influencia chavista se proyecta --vía petróleo y petrodólares--, hacia Sur y Centroamérica, además de las Antillas, mediante asistencia energética y financiera canalizada por medio de la Alba; el modelo populista --rechazado tanto por la derecha como por sectores de izquierda venezolanos--, con matices específicos, se ha consolidado también en Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua.

El hecho que Venezuela posee --a nivel mundial--, las mayores reservas comprobadas de oro negro, le otorga importancia geo-estratégica de primer orden, tanto para el principal importador: Estados Unidos, como para China, cada vez con mayor presencia política y comercial en América Latina.

El modelo chavista encuentra su “talón de Aquiles” tanto en los fluctuantes precios de los hidrocarburos, en la virtual mono dependencia exportadora en el petróleo como fuente casi exclusiva de ingresos, -descuidando la diversificación productiva-, como en el hecho de que su estabilidad no solo depende del apoyo popular, sino también del continuo espaldarazo militar; de hecho, fue un sector del Ejército el que libero a Chávez de la cárcel y lo reinstauró en el poder tras el efímero y sangriento golpe inducido por la ultraderecha local contando son simpatías internacionales. En reciprocidad, Chávez invierte cantidades millonarias en la dotación de armamento sofisticado a las Fuerzas Armadas.

Si su proyecto de República Bolivariana socialista aspira a perdurar, debe superar el caudillismo personalista que convierte a su carismática personalidad en el eje del sistema, para institucionalizarlo y descentralizarlo.

Es de esperar que la agenda del recién reelecto mandatario incluya -tras haber aparentemente superado un doble desafío: el cáncer y la posibilidad de una derrota en las urnas-, la reconciliación de la familia venezolana, hoy posicionada en campos antagónicos, traducida en convergencia de intereses y metas compartidas.

Ello requiere, obligatoriamente, tanto por parte del oficialismo como de la oposición, anteponer el patriotismo al egoísmo de clase. Que el Libertador inspire al gobernante y a los gobernados para transitar por la ruta de la inclusión.

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