¡Qué bella y emotiva la despedida del papa Ratzinger, hoy Papa Emérito! Las lágrimas asomaban a las pupilas de muchos que despedían a un pontífice firme, humilde y tierno que despide ternura y que se ha marchado para continuar su servicio a la Iglesia de otro modo, de acuerdo con su avanzada edad y su precaria salud.
Evoco las palabras de Jesús a Marta cuando se quejaba de su hermana contemplativa: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lucas 10, 38-42).
No será fácil comprenderlo a todos; pero no hay santo sin oración, ni oración verdadera y continua de la que no brote un santo. “El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que queda progresivamente transformado” (Benedicto XVI).
A Joseph Ratzinger, contemplativo en la acción, le va faltando, a pasos agigantados, el vigor físico; mas no ha perdido su carisma espiritual, su amor a la Eucaristía, que se transparentaba en sus celebraciones litúrgicas, sin dejarse llevar de modas post conciliares ajenas al Concilio. A muchos llamaba la atención, en sus misas, el reclinatorio para la comunión de los fieles, y el acólito siempre con la bandeja.