No fue una magistral pieza de oratoria, ni parece que haya pretendido serlo.
Sin embargo, hay que leer ese discurso con serenidad y realismo, en especial los líderes de la oposición. Claro y directo, con escasos adjetivos, el
Presidente ha relatado sus futuros actos de gobierno.
No se justifica, ni pide licencias. Hará lo que tenga que hacer, o más bien, lo que ya ha decidido hacer.
Ahí está su visión del país, de su gente y de su crisis.
Tal vez esa visión no sea la de usted, no es la mía, pero ese hombre dirigirá la nación durante cuatro años, por lo menos, y es mejor comprender qué busca, y cómo piensa encontrarlo.
El excandidato viene, ahora con el poder presidencial, no a repetir sus promesas, sino a advertir que las cumplirá, para que estemos sabidos.
La seguridad es el tema central, que dice abordará con una previa y total depuración de los operadores de justicia.
Esa intención de reprimir el delito con energía, busca balance en la cooperación comunitaria y en una “cultura de derechos humanos”, ninguna de las dos explicadas.
Con sobrado acierto, identifica la droga como causa principal de la violencia.
Reclama, en actitud valiente, que para Estados Unidos esto es materia de salud pública, en tanto que para los países productores y de tránsito de la droga, es un asunto de vida o muerte.
“Nosotros ponemos los muertos”, dice, repitiendo la frase que acuñó el expresidente Fox, de México.
Esa es posición de México y Colombia, con cuyos presidentes ya ha conversado.
Ahora sabe que el cargo acarrea compromisos internacionales, sobre todo con América Latina.
Promoverá la inversión interna y externa para crear empleos, pero dice muy poco al respecto.
Se propone equilibrar las “dos honduras”, opulenta una, miserable la otra, mediante una política social integral y coherente, que tampoco explica.
Pero sí adelanta algo sobre su programa educativo para reducir la pobreza.
Su reforma incluye a los padres de familia y a las comunidades. Esto es lo mejor del programa.
A las intenciones e ilusiones en el tema resbaladizo de la corrupción, agrega un prometedor convenio de ayuda y vigilancia de “transparencia internacional”.
Menciona dos temas vitales, ignorados por los demás candidatos de la campaña.
Uno es la reforma administrativa del Estado. El burocratismo es costoso y enredoso, e impide el desarrollo.
El otro es la reforma previsional, insinuada con timidez, quizás porque piensa en un sistema de cuenta personal. Eso levantaría el ahorro interno en forma extraordinaria.
La concertación social a que alude el discurso, amplia e inclusiva, trae una rara satisfacción para un columnista.
En general, es lo que he propuesto desde el gobierno de Maduro, sin ser escuchado.
Faltaron las relaciones exteriores, las políticas macroeconómicas, las carencias de la clase media, golpeada y levantisca; la política municipal, cuyo rol económico y social es decisivo.
No creo que sean olvidos. Dedicar su primer discurso a advertir que cumplirá sus promesas, refleja el carácter determinado del Presidente, algo que no debe ser olvidado.
Eso es lo peculiar del discurso, pues nada le obligaba a repetir sus promesas.
Pudo minimizarlas, o ignorarlas, si no pensaba cumplirlas.
La pelota queda así en la cancha de la oposición. El presidente le ha solicitado ayuda, algo que podría abrir espacio para que en los próximos cuatro años el gobierno y la oposición hagan cada una su parte en forma responsable y constructiva.
Esto suena raro, lo sé, contrario a nuestras tradiciones políticas.
No obstante, los tres actores del drama que comienza, gobierno, oposición y sociedad, tenemos papeles que desempeñar si queremos que la obra no fracase.
De esa manera, la oposición y la sociedad podremos reaccionar al reto que lanza el presidente, dedicarnos a ver el drama desde confortables butacas, o hacer bochinches en las afueras del teatro.