Editorial

El Nuevo Mundo o Hemisferio Occidental, la segunda masa continental por su extensión superficial, puede subdividirse atendiendo a diversos criterios: geográfico: Norte, Centro, Insular, Sur. Coexisten razas y culturas heterogéneas, producto de migraciones antiguas y recientes, terrestres y marítimas, provocando mezclas originales, en un arcoíris étnico.

Los contrastes son la norma: ciudades modernas en que coexisten la opulencia y miseria, residencias amuralladas con covachas, zonas vigiladas que garantizan la seguridad de sus pobladores con barrios bajo el control del crimen organizado.

Las relaciones políticas y diplomáticas entre sus repúblicas no siempre han sido pacíficas: disputas limítrofes, ambiciones territoriales han provocado enfrentamientos bélicos, carreras armamentistas -en perjuicio de la urgente inversión social-, exaltaciones ultranacionalistas que niegan los aspectos vinculantes que las hermanan.

Al igual que en el medio urbano, el mundo rural incluye zonas prósperas, con adecuada irrigación, dedicadas a los agronegocios para la exportación, con otras dañadas ecológicamente, taladas y erosionadas, con cultivos precarios para el consumo interno. Latifundio y minifundio representan el anverso y reverso, en que las comunidades indígenas y sus tierras son crecientemente apetecidas por especuladores para explotar irracionalmente sus recursos humanos y naturales.

Políticamente, democracias y dictaduras, sistemas incluyentes, transparentes, con rendimiento de cuentas, con otros excluyentes, corruptos, violadores de los derechos humanos, en que el poder está concentrado en muy pocas manos, provocando conflictos sociales que tarde o temprano generan inestabilidad y conflictos interclases. Esa es la realidad de “nuestra América”, el llamado “continente de la esperanza”.

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