Editorial

Brasil: la corrupción y el clamor popular

Aquella máxima arraigada en la conciencia colectiva de que está bien que un funcionario robe, pero que haga algo se ha venido a estrellar en Brasil, donde la población clama no solo por la destitución de la presidenta Rousseff, sino porque vaya a prisión su antecesor Lula da Silva por su presunta implicación en el sistema de sobornos multimillonarios montado en torno a Petrobras.

Durante su gestión (2003-2010), Lula logró una transformación en su país, con un fuerte crecimiento económico y programas sociales progresistas que sacaron de la pobreza a más de 26 millones de personas. Sin embargo, los brasileños, en una muestra de lo que también está ocurriendo en otros países del continente, han mostrado su hartazgo de la corrupción y exigen cambios.

La gota que ha venido a derramar la copa en la primera economía de América Latina es la filtración de una llamada entre Rousseff y Lula, que revela la artimaña de la mandataria para evitar que su mentor enfrente la ley al nombrarlo ministro.

Cualquier parecido con la realidad de otros países latinoamericanos no es pura coincidencia, es la forma como los políticos han venido manejando sus asuntos.

Rousseff está acusada de manipulación de cuentas públicas, lo que dio inicio a un proceso de destitución en el Congreso, y también de beneficiarse de la corrupción en Petrobras, lo que ha intensificado los llamados para que renuncie.

Ambos personajes son los máximos representantes de la izquierda en su país, la que llevaron al poder sucesivamente a través del Partido de los Trabajadores. Pero su autoproclamada lucha por los derechos sociales de los pobres no es sinónimo de exención en la lucha contra la corrupción que ha venido alzando su voz a lo largo de América.

La crisis política que vive Brasil, sumido también en una recesión histórica, con una inflación que se ha disparado, los déficit públicos y la deuda, es una muestra también de las falacias de gobiernos populistas -sean de izquierda o derecha-, cuyos abusos de poder, tráfico de influencias y coimas quedan cada vez más expuestos mientras el pueblo clama que paguen por ello.