Opinión

Cito a Makarenko, educador soviético, “recomendamos especialmente a los padres recordar siempre este importante principio: la disciplina no se crea con algunas medidas ‘disciplinarias’, sino con todo el sistema educativo, con la organización de toda la vida, con la suma de todas las influencias que actúan sobre el niño. En este sentido, la disciplina no es una causa, un método, un procedimiento de educación, sino su resultado. La disciplina correcta es el feliz objetivo al que el educador debe tender todas sus energías, valiéndose de todos los medios que estén a su alcance”; del que seguramente ni han oído mencionar esos revolucionarios de cafetín, más bien de los que nunca piensan ni estudian, maestros incluidos, cuyo discurso sobre la revolución es el que “se han aprendido de memoria”, lamentablemente son los más y por eso sobran.

Valga la aclaración sobre el cafetín, porque Lenin en Viena solía ir a un cafetín a verse con amigos a pesar de la vigilancia de sus enemigos, así como las tertulias de los intelectuales españoles en el Café de Oriente que hicieron historia; igual que El Chicote en La Gran Vía de Madrid, donde Agustín Lara ubicó “un agasajo postinero, con la crema de la intelectualidad”. Entonces, el cafetín no es el problema, sino la falta de intelecto de algunos que creen que lo tienen con solo ir al cafetín, como si la intelectualidad fuera epidémica, pero aunque fuera infecto-contagiosa, a estos los vacunaron desde chiquitos para que no se contagiaran.

La falta de disciplina de la buena gobernanza es la que permite que lo peor de lo peor llegue ahora a tener la categoría de docente, entendiendo por tal al que está en el aula dando clases, que no es el dirigente burocratizado con nada de líder o conductor y que tampoco es el pseudotécnico en educación, verdadera especie humana atípica que trepa -sin ofender a las plantas trepadoras ni a las ardillas- ambiciosamente y sin escrúpulos, a como haya lugar.

Ahora basta que los padres quieran que sus hijos sean maestros y abran con fuerza las puertas de las normales, cuando ya no hay cupos, para hacer el milagrito. En Dinamarca, en cambio, solo ingresan a la carrera de docentes el 10% de los que aplican, cuando han aprobado pruebas muy rigurosas; una pequeña pero gran diferencia entre ese sistema educativo y el nuestro, totalmente asistemático y demagógico.

La disciplina es una asignatura de por vida que depende de muchos factores, casi todos ellos experimentados por los niños desde que nacen y empiezan a ser amamantados cada vez que lloran o cuando se les educa para respetar un horario. Allí es cuando los niños empiezan a aprender la manipulación, sobre todo esos que les da por “revolucionarios”, sin saber lo que es la revolución.

Las medidas disciplinarias no deben caer en el absurdo, a menos que queramos tener los niños y jóvenes que hoy tenemos. El pedagogo Francisco Gutiérrez, uno de los impulsadores de la mediación pedagógica, siendo director del instituto La Salle en San José, Costa Rica, vio a un estudiante parado en posición de firme en un corredor y le preguntó “¿Y tú que haces aquí?”; el chico le contestó: “Es que el profesor me sacó de la clase porque tengo el pelo muy largo”. ¡Coño!, exclamó Francisco, “el pelo es tuyo y a nadie ofendes con ese pelo”. Lo mandó de regreso a su clase a seguir ofendiendo al maestro “disciplinario”. Uno de mis nietos fue víctima reiterada de esa medida disciplinaria absurda en una escuela bilingüe de Tegucigalpa, en la cual no saben nada de la mediación pedagógica ni de las necesidades especiales en la educación. ¡Que ahora se reconocen, coño! Como diría un español para quitarse el enojo.

¿Sabrán los “revolucionarios” maestros hondureños que “la disciplina correcta es el feliz objetivo al que el educador debe tender todas sus energías, valiéndose de todos los medios que estén a su alcance”? Como enseñó Makarenko y yo repito, sin miedo a que me quieran menos de lo menos que ya me quieren esos.

Porque la misma gente hace más de lo mismo porque nos siguen engañando acerca del cambio de las actitudes, de las acciones pertinentes y consecuentes, cuando lo único que muestran es la soberbia.