Opinión

Conejo y la soberanía nacional

Cualquiera que se acerque a la isla Conejo en nuestro Golfo de Fonseca se preguntaría de inmediato con algún punto de ingenuidad acerca de la importancia que podría tener un pedazo de islote pelado, rocoso, sin habitantes, excepto un puñado de soldados hondureños y con apenas medio kilómetro cuadrado. ¿Qué es un pedazo de tierra pelada?, dicen algunos medios de incomunicación local, y se ríen con menosprecio de nuestra islita; pero para los salvadoreños, esto no es cuestión para hacer changoneta ni mucho menos.

Ellos, más bien dicho, el circuito de familias todopoderosas que controlan aquel país y con elevadas cuotas de expansión capitalista en el nuestro, tienen una airada y “patriótica” respuesta, luego que en 1983, un general de la fuerza naval de la Unión, “permitiera” en lo mejor de una borrachera, que “los hondureños nos quitaran la isla para siempre, luego que estos nos engañaran diciéndonos que lo hacían, con el propósito de detener ‘el tráfico de armas’”, pero Conejo, afirman, es falso que sea de Honduras.

Por eso nuestros alegres vecinos a la hora de editar sus mapas que distribuyen a montones por todo el mundo, incluyendo nuestro propio territorio, incorporan a Conejo como suya, a pesar de que la Corte Internacional de Justicia de la Haya, en septiembre de 1992, emitió un fallo que favoreció a Honduras para que ejerciera soberanía propia sobre dicha isla.

En verdad, Conejo, más que un tema de filón patriótico chauvinista, tiene un valor territorial estratégico y económico para la oligarquía salvadoreña, ya que está ubicada en el espacio de las tres millas marinas irrestrictamente hondureñas. La soberanía que ejerce Honduras sobre Conejo es un obstáculo físico para el capital económico salvadoreño, puesto que, de cara al comercio utilizando a la Honduras despistada, “los barcos salvadoreños se verían obligados a cruzar ese territorio marítimo en donde se atraviesa con total naturaleza, nuestra isla en mención”.
Por eso, aferrarse de Conejo significa abrirse camino, sin ningún obstáculo, por toda la anchura de la bahía de la Unión, en donde ya están convirtiendo a Cutuco, superando a Puerto Cortés, en el puerto más importante de Centroamérica. De todas maneras, El Salvador ya tiene ganancia sobrada con el canal seco cuyo mayor tramo y aporte carretero lo proporciona Honduras.

Para el capital salvadoreño, el canal seco ya es el negocio del siglo, ya que como lo ha dicho abiertamente la oligarquía salvadoreña, visualizando Cutuco-Puerto Cortés, “el canal seco es algo más que una carretera hacia el Caribe”. Pero esto no es suficiente. Por ello, la importancia de tener Conejo en sus puños, para configurar otros hilos comunicantes en el Pacífico, y esto es lo que hace que las familias poderosas hegemónicas de siempre, incluyendo al propio ejército del hermano vecino, griten a galillo y gatillo listo que “la isla Conejo es nuestra”.

Eso sí, frente a los millonarios intereses económicos y de maldad que hay de por medio, Honduras debería prepararse desde ahora, aunque parezca descabellado decirlo, para educar masivamente a su población, a fin de evitar que las oligarquías, tanto salvadoreñas como hondureñas, manipulando Conejo con falsos patriotismos, nos lleven al sacrificio de otra guerra fratricida como la que nos montaron en 1969.










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