Columnistas

Varona y varón

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Surgen libros provocadores, no acerca de la relación biosocial entre hombre y mujer sino por sus identidades intrínsecas reprimidas, maquilladas y explotadas durante el milenio cristiano, particularmente el relato de cómo, a partir de los libros sacros, Adán subordina a la otra, siendo oportuno recordar que cuando Jehová interroga a Adán por qué causa comió del árbol prohibido, este ve a Eva de soslayo y la inculpa.

De allí en delante la fémina es perversa pecadora, a grado tal que el medioevo le atribuye ingeniar la tormenta, el granizo que daña los campos y al frío según su ciclo menstrual, así como generar la peste negra. De 80 mil brujos asados vivos por la católica Inquisición y protestantes, cincuenta mil fueron mujeres. Opine Juana de Arco, izada luego a santa por el Papa, hipocresía de oro.

Vanessa Rosales (Colombia) acaba de publicar “Mujer incómoda”, inteligencia rebelde contra patriarcado y machismo pero a su vez disconforme con el papel ya sea sumiso o mata-varones de ciertos movimientos feministas. Diferencia entre masculinidad y machismo.

El varón es eso primero por desarrollo genético, lo segundo por lo cultural y por ende corregible y modificable. Se le educa para atacar, pelear, conquistar, seducir, mientras que la mujer es sirvienta, amante, máquina reproductiva, maestra involuntaria y domesticada, adiestrada (algo impuesto con represión) para que facilite, desde la revolución industrial, mano de obra al capitalismo. Entre más hijos pueda parir más obreros da a la fábrica, pagando esta menos por abundancia de oferta.

En el año 381 el concilio de Teodosio sentencia, y no como metáfora, que sólo hay dos modelos de cristiandad: Eva, origen del mal, y María madre virgen (pura violencia simbólica y semiótica). La mujer que lujuria con el varón sigue a Eva (“por ser seres sexuales nos llaman putas” dice Vanessa Rosales) y a María engendrada por el ángel (¿?) y usada para misión superior (¿por qué mejor a José no se le extrae, dormido, el semen?).

He allí la primaria causal de violencia entre parejas: el sexualismo de superioridad varonil decretado por un concilio de machos en tiempos que ni dios sabe y que estatuyó la superstición religiosa. Boñiga fértil que nos formó desde el hogar a la escuela e incluso la universidad.

Similar ahora que hay machismo al revés ya que es moda volverse gay. Las pulsiones de miles de programas mundiales (incluso Disney) incitan a no diferenciar entre sexos y, por ende, igualar sus equivalencias hormonales, como si no hubiera distancia entre géneros. Abismo intelectual y cultural, además del físico, no hay, pero sí que se da en lo anatómico reproductivo. No cabe a mi mente que llamen matrimonio a un dúo homosexual. Deben hallar otro término correcto.

Y el asunto no finaliza allí ya que la femineidad comprende discutir el aborto (“derecho a mi cuerpo”), el multiorgasmo que ignora el varón, la vejez con sexo (superior en la mujer) y cómo educar a los varones (“machismo se escribe con M de mamá”). “Nadie es más arrogante a las mujeres, o más agresivo o desdeñoso que el hombre dudoso respecto a su virilidad”, afirma Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”. O cual Gioconda Belli: “El feminismo no es un partido político, es el deseo de ser respetadas”.