Asistí hace varios días a una interesante sesión de análisis de realidad nacional, conducida por brillantes expositores. Excepto que a la hora de cierre del evento pareció que se caía un telón, el del ánimo, y que una mayúscula vena de desencanto y desilusión empujaba su sangre pútrida en el ánimo de todos.
Comprendí de qué se trataba: a pesar de la altísima toma de conciencia que el hondureño ha adquirido desde 2009, cuando el autogolpe liberal, y del conocimiento más que preciso que todos tenemos de la crisis ya casi permanente de Honduras ––reeleccionismo, fraude electoral, imposición, represión y cínica conducta ratera de casi cualquier funcionario público–– que nos hace difícilmente ser otra vez engañados; y a pesar de las informaciones altamente fidedignas del involucramiento de las más altas autoridades del Estado en delito, hay impotencia de no poder derribar al dictador y sus cómplices instalados en los poderes constitucionales.
Hay desconsuelo: los movimientos de antorchas, de calle, de protesta, de tomas, de voces e ira, así como revelaciones internacionales sobre mal manejo del país, son insuficientes y la claque conservadora, pero más que conservadora, ladrona, prosigue en el poder.
La lava caliente de la desesperación llega al río, reina un panorama de oscuridad.
Pero no existe tal, esa es una confusa visión de los acontecimientos.
Lo real es que las fuerzas democráticas hondureñas estamos ganando, aunque a largo plazo, la batalla, ya que nunca había ocurrido en la mente del ciudadano un sentido tan claro de concepción y comprensión de la política, sus bienes y daños; nunca había sido tan despreciado y aborrecido el falaz bipartidismo, dañino para la nación; jamás había sido tan obvia la política hipócrita de Estados Unidos, que si por un costado avala a Juancito por el otro le descubre la turbia masa con que fabrica sus tamales; nunca habíamos tenido un apoyo tan débil y a la vez tan impactante como es la Maccih, a la que si aplastan será nuestro más obvio fracaso en la construcción de la democracia; jamás se había contado con revelaciones tan precisas ––aunque contra la voluntad de los corruptos–– acerca del entramado de narcotráfico y crimen que envuelve a presidentes, expresidentes, sus mujeres, familia y cercanos ministros y adláteres militares; nunca había sido tan obvio el engaño que ejercen las iglesias sobre sus fieles, en fe, en dinero y ahora en intención política.
Jamás habíamos estado tan seguros de la oración del Popol Vuh que sentencia: “nunca es más oscuro que cuando va a amanecer” pues lo que vivimos no es una maldición ni castigo divino, sino un proceso, el de un pueblo largamente ingenuo aunque hoy hábil para edificar un porvenir porque la luz del conocimiento entró a su mente y es una mente capaz de construir a pesar de su aguante y lentitud.
Así es que arranquemos de los ojos las legañas de desamparo, aquí nadie tiene derecho a deprimirse sino a echar para adelante y rumiar y gruñir y protestar y alzar el brazo y la bandera y si es posible el machete, para que el vicio de la maldad que nos circunda desaparezca para siempre gracias a nuestro esfuerzo renovador.
Y nada de entristecerse, amohinarse, apabullarse ni agüevarse, decimos los costeños, vamos ganando.