El fiscal de gobierno norteamericano Geoffrey S. Berman solicitó al juez de caso aplazar una audiencia contra Juan Antonio (Tony) Hernández Alvarado, hermano del presidente de la república, J. O. H., a fin de estudiar en detalle la voluminosa cantidad de información provista por los teléfonos que llevaba ––más seis tarjetas bancarias y ocho licencias para portar armas–– al ser capturado en Miami (noviembre de 2018). Son celulares con fotos de veloces armas automáticas y con imágenes acerca de negocios, quizás ilícitos.
El fiscal observa que el juicio a TH ––iniciales con que “firmaba” sus pacas de cocaína remitidas desde laboratorios en Colombia–– y que es criminal calificado de suma peligrosidad, deberá exhibir la complicidad de muchas otras gentes de Honduras, públicas y privadas, revelando “los nexos del Estado con traficantes de droga, quienes hicieron del país uno de los más peligrosos del orbe y que motivaron el exilio de incontables migrantes al norte”. Si se le sentencia, Hernández probablemente cumpla una prisión que va de veinte años a cadena perpetua.
Las autoridades yanquis tienen, así, los dedos sobre el gatillo de un arma letal de información, cual son los teléfonos, mantenidos en reserva, que podría estremecer a la comunidad hondureña en minutos.
Por allí se sabrá cómo este capo sobrevivió por una década sin ser arrestado; quiénes son sus cómplices de gobierno y empresa privada, qué bancos le administraron (y guardan) sus caudales, qué diputados, jefes policiales y militares se le vendieron pero, sobre todo, hasta dónde alcanzaba el conocimiento de funcionarios de supremo nivel sobre cuanto hacía.
Las revelaciones de teléfonos y de otras fuentes tecnológicas embarrarán a ministros, embajadores, industriales y comandantes en lo que puede desde ya nominarse la lluvia más espesa y ácida de la corrupción nacional.
Ojalá suceda, necesitamos saber de la verdad todas sus verdades.
Fantasía civilizadora. Si no hubiera sido por un teléfono rojo (que era en verdad teletipo) tendido entre Estados Unidos y Unión Soviética en 1963, la guerra fría hubiera sido muy ardiente, batida quizás con armas nucleares. Meses antes, cuando la Crisis de los Misiles en Cuba, el teléfono rojo contribuyó a disipar esa terrible tensión, como igual hizo luego con los conflictos de la guerra de Seis Días (1967); de India y Paquistán (1971) y de Yom Kippur (1973).
Existen teléfonos históricos (como el ocre robado del führerbunker hitleriano en 1945, regalo de la Wehrmacht -fuerzas armadas- y que se vendiera en subasta por 229,000 euros); el que imaginaba el cómico español Gila para argüir “que se ponga”, o mediante otro a través del cual probablemente conoció Fidel el violento asesinato de Salvador Allende en La Moneda, en 1973.
Pero el más maravilloso es del que trata Ernesto Cardenal en su poema intenso “Oración por Marilyn Monroe” tras que la “suicidan” fuerzas hasta hoy sospechadas aunque desconocidas y a quien “hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono / y los detectives no supieron a quién iba a llamar... / Señor: quienquiera que haya sido al que iba a llamar / y no llamó (y tal vez no era nadie / o era alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles) / ¡contesta tú al teléfono!...