El 15 de septiembre, los miembros de la resistencia popular marcharon larguísimas avenidas bajo el sol incandescente, entre consignas en un mar de banderas rojas, liderados por el expresidente Zelaya, conduciendo al aire libre un 4x4 al frente de su tradicional desfile para ingresar al Estadio Nacional y conmemorar el 202 aniversario de la patria, que ni en los delirios frente al pelotón de fusilamiento Francisco Morazán se imaginaría hoy. Sin embargo, el pueblo esta vez los recibió con abucheos en el mismo recinto que hace veinte meses los ovacionó entre aplausos y alegría. Personas ubicadas en las graderías les gritaban y silbaban, arrojándoles bolsas con agua, botellas, vasos y toda basura que se podría encontrar la multitud frenética. Pero las caretas de la política son de acero y los seguidores del Partido Libre con su líder máximo cumplieron el objetivo de saludar y desfilar ante la presidenta Castro, que, con sus gafas oscuras, nublaron la visión del reclamo popular al estilo hondureño: insultos y silbatinas que sacudían las banderas desgastadas del poder.
Y es que la gente ya llegó al hartazgo de la mentira y de la acumulación exacerbada de crisis económica, social y política. Esos silbidos fueron el eco de la pérdida de legitimidad, credibilidad y apoyo popular, el cual se traduce en la incapacidad de gobernar y de implementar las políticas públicas necesarias para el bienestar de la ciudadanía. El descontento en el pueblo es el espejo de todas las formas de protesta. La otra resistencia que no se moviliza ni hace escándalos ideológicos y no ocupa esas mojigangas porque sabe que representa el verdadero pueblo, reclama cambios, transparencia, participación y rendición de cuentas a sus representantes, además de exigir soluciones a sus problemas y demandas.
El descontento popular ha dado el primer paso para erosionar aún más la confianza en las instituciones saturadas de activistas incapaces y bufones que amenazan todo asomo de democracia. El círculo de hierro de los Zelaya aún puede evitar el desgaste total del poder si más allá de sus colectivos tuvieran verdaderas estratagemas para revertirlo. Si al menos entendieran y respetaran el papel de la sociedad civil, así como el de los medios de comunicación en este proceso y la importancia de fortalecer la calidad de la democracia y el Estado de derecho, otra historia tendríamos para contar. A estas alturas, solo les queda dos opciones: o entienden el mensaje de esta resistencia contra la resistencia, o hacen más rápido el desencadenamiento de la ira popular, agitando las turbias aguas para una ola de protestas masivas en todo el país, en busca de reivindicar derechos, porque nueve millones de personas no pueden irse en caravanas. Deben hacerle frente a la desigualdad, a la pobreza, a la corrupción, a la precaria salud, a la falta de oportunidades y al repudio contra el sistema socialista; de paso, deben enfrentarse a las grandes excusas de narcos que solo ustedes echan de menos. No pueden seguir burlándose de este pueblo, porque si se revela se desata una ruptura del contrato social entre el Estado y la ciudadanía; perfectamente saben en qué termina esto. La economía, la producción y la inversión terminarán de tajo, extendiendo la violencia con su brazo político y de esta manera llegar al caos. Pero también puede llegar la encrucijada donde se plantean nuevos caminos para el cambio y la transformación social.
El Gobierno debería actuar como lo que es: “una gran familia”. ¡Siéntense, reflexionen y sean capaces de responder a las necesidades y expectativas de la población, así como de rendir cuentas por sus acciones! Caso contrario, se arriesgan a perderlo todo, porque cuatro años no es nada frente a las grandes demandas, pero también es mucho para aprender las lecciones que de golpe despertaron al país una oscura madrugada que ya nadie quiere ver.